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El botellón se ha convertido en la expresión máxima de rebeldía de los adolescentes y de los jóvenes desde Finisterre al cabo de Gata y desde Lekeitio a Tarifa. También entre Aguilar y Canales y desde Alfaro a Foncea. A esto hemos llegado. Los chavales, ... y los que no lo son tanto, socializan (discúlpenme) en torno a una bolsa de plástico que esconde destilados de trazabilidad imposible, refrescos de marca blanca y cubitos de hielo rotundos. Una bolsa del carrefur es el tótem a cuyo alrededor celebra la tribu ceremonias ancestrales. Los espacios mágicos lo son ahora los parques, las plazas o la puerta de un garaje. La ceremonia importa más allá del escenario. La cosa es 'estar por ahí' con la tribu, como toda la vida de Dios. Lo cool, que el ritual acabe con una pizca de presencia policial y algunas hostias. Como las que cobraron sus abuelos en mayo del 68. Sus razones tendrán. O no. En Logroño, en quince días no se celebrarán los 'sanmateos', aunque en realidad se van a celebrar los 'no sanmateos' por más que se empeñen a la contra Agamenón, su porquero o el alcalde. Se anuncian botellones cada noche. Y lo sabe hasta el alcalde.
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