Tregua de agua. La tensión política se toma unos días de asueto y hace que el aire sea un poco más respirable. De momento nos entretienen con asuntos de futbolistas, Alves y su libertad vigilada, Rubiales y su pico y pala para enterrar millones, y, ... cómo no, el Falcon -esa especie de eterno retorno- usado para las vacaciones del presidente del Gobierno, esta vez con sobresalto técnico. En cualquier caso sabemos que no podemos hacernos ilusiones, el parón de Semana Santa no es otra cosa que un paso atrás para tomar impulso y arremeter con más fuerza. A partir del lunes suben los decibelios. Tres campañas electorales justificarían el ruido en un escenario normal, sin embargo, el panorama previo hace que estemos equipados con tapones de cera para los oídos. Volverán los koldos, las ayusos, el espurreo de bajezas y miserias. Y sobre todo volverá Puigdemont.

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Volverá con el flequillo recortado pero con las uñas alargadas. Quiere resarcirse de sus años de destierro. Morriña catalana que ahora atenúa aproximándose al sur de Francia, la Cataluña francesa en cuyos balcones de tarde en tarde cuelga una estelada. Volver como en su día volvieron Maciá y Companys -en su primer regreso, no en el definitivo con grilletes de la Gestapo-, o mejor, como volvió Tarradellas, con aura de salvador. Si Tarradellas volvió para unificar y apaciguar, Puigdemont lo hará para seguir dividiendo y enfrentando. Su tarea no es ya la de dividir a los catalanes del resto de los españoles, eso lo da por concluido, sino la de seguir dividiendo a los catalanes independentistas. La amnistía arrancada al Gobierno contra viento y marea es el estilete con el que atacar a Esquerra. Él es el conseguidor, el libertador, y ya se ve entre hojas de palma y sobre un pollino del Ampurdán entrando en la plaza de Sant Jaume.

Más que del evangelio de san Marcos la cosa parece más una escena de los Monty Python, pero ese es el nivel. Un mesías que obró el milagro de una república de treinta segundos, que en vez de curar la ceguera la propagó entre sus seguidores y que en lugar de caminar sobre las aguas se hizo invisible en el maletero de un automóvil. No se retiró exactamente al desierto pero a veces se sintió solo en Waterloo. Aun así, el profeta de Gerona le conviene ser prudente. Por mucho que Sánchez le corte la oreja a quien ose tocar al líder de Junts, el pueblo a veces hace cosas extrañas y puede preferir a Barrabás antes que a un iluminado. Eso sin contar que en Madrid, y también en Barcelona, hay más de un san Pedro dispuesto a negarlo tres y trescientas veces antes de que cante el gallo o se acabe el recuento de las urnas.

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