Estamos viendo cómo los políticos, cada vez más, usan el lenguaje al modo de los prestidigitadores, ocultando pañuelos en el aire y haciendo desaparecer conejos en las chisteras. Los ciudadanos, tomados por espectadores de feria, sabemos que ni los pañuelos ni los conejos se han ... volatilizado, que se encuentran abullonados en una manga o encerrados en el doble fondo de un cajón, pero eso parece importar poco. La función sigue, y los aplausos y vivas de los incondicionales hacen creer a los incautos que los pañuelos y los animales van y vienen de una dimensión a otra.

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Barajan los naipes, hacen visajes, cambian los dados de mano mientras nos distraen la atención por medio de contorsiones verbales. Ya no se trata de decir «digo» donde se dijo «Diego», sino en hacernos creer que siempre se dijo «Diego» aunque nosotros escuchásemos «digo», o no entendiéramos que «Diego» realmente quiere decir «digo». Un galimatías que viene a decirnos que somos sordos o tenemos mal las entendederas. Confusión. Una confusión tan sistemática que al ciudadano le resulta complicado deshacerse del espejismo, salirse del teatro. Si lo hace puede ser acusado de falsario por no adaptarse al baile de espejos que desde unos y otros púlpitos se le proponen. Unos llaman dictadura a esta democracia en la que vivimos, otros hacen juegos de mano con lo legítimo y lo legal, con lo legal y lo ético. Los de más allá llaman fraude electoral a unas elecciones limpias y los de más acá cambian al prófugo de la justicia por un exiliado y convierten por arte de magia en constitucional lo que ayer era anticonstitucional. Y quien no aplauda a unos o a otros está en tierra de nadie y es un traidor a la causa. Sea cual sea la causa.

Hay experimentos psicológicos en los que ante una cartulina negra se pregunta a una serie de personas involucradas en el estudio por el color del cartón. Todos dicen «blanco». De modo que cuando le llega el turno al conejo de indias, normalmente dice «blanco» aunque lo que sus ojos ven es negro. Ese parece ser el objetivo de quienes están jugando a tensar la cuerda nacional. Que cada bando acate el color que desde arriba se dicta y renuncie a reconocer ningún matiz. Si los diputados y los ministros actúan como muñecos de ventrílocuo, ¿cómo va a ir contracorriente el camarero o la auxiliar administrativa que el 23 de julio introdujo su cándido voto en la urna? Por no hablar de las bases, de los aspirantes a progresar dentro del partido y quieren ejercer una vocación legítima, la de político, a pesar de que cada vez tiene más que ver con habilidades de tramoyista, cuando no de simple papagayo.

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