Carles Puigdemont mueve hilos, trapacea, engatusa y presiona. Quiere volver como un Tarradellas retornado de un exilio glorioso. Poco importa su salida indigna -fuese escondido en el maletero de un automóvil o camuflado en el asiento trasero bajo una manta, según diferentes versiones-. Languidecía en ... Waterloo hasta que la aritmética parlamentaria y el temple arrojado de Pedro Sánchez lo rescataron de un limbo cada vez más gris situándolo por encima de la convulsa Esquerra Republicana.

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Se veía de nuevo proclamando una República Catalana, ahora con una duración algo mayor que la anterior, o al menos amenazando con proclamarla para ir obteniendo un rédito contante y sonante. Se las prometía felices. Pero he aquí que Salvador Illa, por mor del ibuprofeno de los indultos o por puro cansancio de la tropa independentista, se ha interpuesto en la recuperación del cargo que el Estado español le robó. La financiación singular se le atraviesa en el camino como uno de aquellos árboles cortados con los que los forajidos le cortaban el paso a la diligencia cargada de oro.

Acusa Puigdemont de chantaje a los de Esquerra. Y es tan cómico el asunto que uno no puede sino acordarse de aquel pasaje primero de 'El lazarillo de Tormes'. Allí se cuenta cómo la madre del protagonista tiene un hijo con el padrastro de Lázaro, de raza negra, y cómo el niño de piel oscura al ver a Lázaro y a su madre blancos, se asusta de la negrura del padre y corre a refugiarse entre las faldas de su progenitora gritando mientras señala al padre: «¡Madre, coco!». El hecho hizo cavilar al joven Lázaro para sus adentros: «¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se veen a sí mesmos!». Carles Puigdemont podría aplicarse el cuento, acusando ahora a otros de lo que él mismo lleva practicando desde que a Pedro Sánchez se le encendió la bombilla del llamado bloque progresista e incluir en él, no solo con calzador sino con todo un taller de herramientas al uso, a Junts.

Y ahí estaba Puigdemont manejando a sus siete diputados como siete lingotes de oro. Peregrinajes al extranjero del secretario de organización del PSOE o de Yolanda Díaz. El prófugo de la justicia transmutado en socio, ley de amnistía a gusto del consumidor y condiciones (eso que Puigdemont llama ahora chantaje) cada vez más exigentes. Un auténtico pícaro el expresident capaz de desalojar la despensa de un hidalgo castellano o de sisarle los cuartos no ya a un ciego, sino a un tipo de vista larga como Sánchez. Nos queda conocer el final del cuento. Lo único claro es que es asunto de pícaros consumados.

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