Se hizo una pausa en el día nacional para las negociaciones y la petición de huevos duros por parte de nacionalistas e independentistas. La pausa, como es lógico, no pudo ser pacífica. No fue una tregua, vivimos tiempos bélicos, así que la tropa insatisfecha y ... berreante se fue al Paseo del Prado a abuchear a Pedro Sánchez para recordarnos el siniestro grito de «Que te vote Txapote». Mal lema para un coro de disidentes que cada año, ya en un suceso convertido en tradición, abronca al presidente socialista de turno. Este año, y debido a las mentadas negociaciones, el trueno fue mayor, o eso dicen quienes miden los decibelios del descontento.
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Las negociaciones son veladas y se llevan con discreción. Lo que aflora de ellas es el juego interesado de unos y de otros de cara a la galería. Emiten señales, muecas, intenciones destinadas a subir la moral de los suyos. Los independentistas comunican a sus votantes que están cumpliendo con lo prometido, exigen, anuncian firmeza e irreductibilidad. Los socialistas no pueden comunicar lo mismo, no pueden afirmar que están cumpliendo con lo prometido, pero se las ingenian para mostrar una extraña coherencia, esa que consiste en decir Diego donde se dijo Digo. Una constante política con diferentes grados de chirridos y que en este caso son bastante estridentes y que ayer hicieron subir el clamor de los chifladores.
El PP se encoge de hombros ante tanto pito y se encomienda a otra penosa máxima: «Algo habrán hecho». Y lo que hacen, fundamentalmente, es preparar el terreno. Preparar el ánimo ciudadano para las concesiones que tendrán que hacer si quieren cruzar la aduana que da paso a la Moncloa. Los independentistas siguen con el marxismo grouchista de los dos huevos duros. Cada palabra que pronuncian los negociadores socialistas es seguida, como en el destartalado camarote de los cómicos norteamericanos, por la petición de dos huevos duros. Y por el sonido de la bocina del hermano mudo. El hermano mudo, o por lo menos mudo hasta este momento, es Puigdemont. A raíz de su penosa huida, la voz de Puigdemont se había dejado de oír en los telediarios, pero desde que al PSOE le llegó la necesidad de sus votos, el Harpo Marx de nuestra política ha recuperado la voz radiofónica y televisiva. Lo ha hecho para recordarnos los rudimentos de su argumentario. Y para exacerbar la indignación de Oriol Junqueras, que pide consideración para su estancia en la cárcel y que entre pitos y flautas recuerda que los votos de Esquerra son tan necesarios como los de Junts para la investidura de un Pedro Sánchez al que ayer solo la cabra de la Legión dejó de exigirle algo.
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