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Un alto en el barullo, una pausa entre la amnistía y los enfebrecidos que arremeten contra los contenedores de basura como si fueran gigantes. Un momento de sosiego para atender a alguien que sí ha arremetido contra esos gigantes descabezados que son la medianía creativa ... y el conformismo. Luis Mateo Díez, Premio Cervantes. Pocos de quienes han recibido ese premio son tan legítimamente cervantinos, tan herederos directos de Cervantes como Luis Mateo. La compasión con los perdidos, el caminar junto al presunto orate que es quien mejor entiende el despropósito del vivir.
Inventor de un universo. 'Las Ciudades de Sombra', ese mundo del interior, inhóspito hasta que se entra en sus recovecos. Liberado del complejo de escribir sobre la provincia, el creador de Celama crea una provincia y toda una región. Inventa ríos, cordilleras, mapas. Surgen de entre las sombras de un sueño. Surgen de un sueño pero uno los reconoce íntimamente y sabe que en algún momento ha transitado por esas calles y ha visto su propio reflejo en las aguas de esos ríos. Por los soportales resuenan nuestros pasos y nos cruzamos con gente que tiene la misma entidad que los fantasmas y que nosotros mismos. No es de extrañar que Luis Mateo admire a Simenon. Los paisajes y los personajes de Simenon vienen de un lugar mucho más profundo que del mapa de Francia. Habitan en el revés del mapa y no hay otra cartografía para ubicarlos que la de la bruma.
Siempre que uno lee a Luis Mateo recuerda las palabras de W. G. Sebald. Para el escritor alemán el idioma es «un laberinto de calles y plazas, con distritos que se remontan muy atrás en el tiempo, con barrios demolidos, saneados y reconstruidos». No cree uno que haya otro escritor vivo que recorra con tanta precisión, con tanta imaginación y solvencia las calles de nuestro idioma, que fabrique una ciudad tan rotunda dentro de esa ciudad verbal de la que hablaba Sebald. El lenguaje como origen y destino, pero nunca como la tarea de un orfebre desgajado de lo más profundo del alma humana, de la conciencia de esos personajes descarriados, alucinados o melancólicos. Tan cargados de tribulaciones y tan propensos al disparate. A un paso de la tragedia y del humor, tan excelsos y tan próximos a nosotros como la imagen de un espejo flotando en la penumbra. Personajes de carne, hueso y humo. Otra vez, tan redomadamente cervantinos. Una obra tan amplia como coherente. Y lo más fascinante en alguien que ha superado los ochenta: lo mejor está por venir. En el cajón de Luis Mateo y en su cabeza aguardan obras maestras. Otro motivo para que las Ciudades de Sombra se llenen hoy de luz.
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