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Hay ocasiones en que un acontecimiento aislado permite arrojar luz sobre un proceso que hasta entonces se presenta opaco. Es lo que sucede con la muerte en Gaza de los tres jóvenes rehenes que acabaron muertos, y no liberados, al encontrarse con los soldados del ... Tzahal. El relato de una fuente tan fiable como 'The New York Times' descubre que fue peor que una tragedia debida al azar. Las tropas israelíes dispararon sobre tres jóvenes, desnudos de medio cuerpo, que enarbolaban una bandera blanca, y al sobrevivir inicialmente uno de ellos, herido, acabaron con él a pesar de que les gritaba en hebreo. Estamos ante un crimen de guerra, tal vez uno entre muchos. Y unas horas más tarde, en Rafah, muere un diplomático francés en un bombardeo sobre la casa donde se había refugiado con dos colegas, perteneciente al consulado francés, poco sospechosa en consecuencia de albergar a milicianos de Hamás. Estamos en el sur de Gaza. Consecuencia: no existe reserva alguna a la hora de atacar o bombardear residencias de civiles.
Para cerrar el círculo, olvidando las muertes, es preciso constatar que Israel apenas informa de cuanto sucede; además, sus versiones son poco fiables. La búsqueda y la inutilización de los túneles de Hamás debía justificar el grado de violencia y de destrucción empleado. Así fue explicada la toma del hospital Al-Shifa, porque bajo el mismo se encontraba un puesto de mando de Hamás. Las indagaciones realizadas sobre los propios datos facilitados, y expuestas por 'Le Monde', muestran en cambio que sí hay un túnel, pero que en modo alguno sus cortas dimensiones respaldan lo afirmado por los voceros israelíes. Ni siquiera CNN lo veía claro.
Lo innegable es el enorme grado de destrucción provocado sobre Gaza, en vidas humanas y como ciudad reducida a escombros. El objetivo de rescate de rehenes ha fracasado y, según era de esperar, Hamás resistirá hasta el final. Sus dirigentes están bien a cubierto, o en Líbano o en Turquía, y la muerte de la población no es su problema; solo una baza para consumar la victoria política que van alcanzando a partir del 7 de octubre. A más víctimas, más aislamiento israelí. Por su parte, Netanyahu lo tiene claro: mantener la presión militar hasta el final, no detenerla y requerir además a sus aliados para que presionen sobre el Líbano para evitar un segundo frente... y tampoco conceder nada en el plano político, y menos que nada los dos Estados.
Así las cosas, los hechos antes citados debieran servir para desbloquear la situación por parte de Estados Unidos y de Europa, evitando que Benjamín Netanyahu nos lleve a todos, y al propio Estado de Israel, al suicidio prefigurado antes del 7 de octubre en su política sobre Palestina. Una justa actuación antiterrorista ha de evitar crímenes de guerra y destrucción masiva. Gaza no puede ser la nueva Jericó del 'Libro de Josué'. Es preciso forzar a Netanyahu a la razón, cueste lo que cueste.
En su despedida de la presidencia de turno de la UE, Pedro Sánchez se ha situado en esa línea con la limitación de no añadir nada a lo que dijera en Rafah y en Ifema; sin abandonar, por tanto, el sesgo anti-israelí de referirse al 7 de octubre como «los atentados de Hamás» y de reconocer de modo restrictivo «el derecho de Israel a su defensa». Lo que era excepción suya ha pasado a ser tendencia general. Netanyahu es el mejor propagandista contra sí mismo. Aunque el verdadero jugador ahora sea Joe Biden.
En Estrasburgo, Sánchez encaró con acierto la tragedia, pero en dos ocasiones incurrió en la farsa. En la más grave, llevado por su ego, pretendió imponer su maniqueísmo al presidente del PPE, ignorando cuáles son las reglas de convivencia entre conservadores y socialistas en Europa. Se ganó una reprimenda y para arreglarlo adoptó la postura de fiscal soviético acusándole de «cómplice» de la extrema derecha. Mala cosa tratar así a un admirador de «la Rosa blanca», el equivalente bávaro antinazi de las 13 rosas socialistas, y asociarle a la defensa del Tercer Reich, que en Alemania es como mentar la bicha. Además, mintiendo en lo de los nombres de calles, siempre para fundir PP y Vox. No tiene remedio. Europa ha conocido al extraño personaje que nos gobierna.
La segunda farsa lo fue en sentido estricto, con él sentado en silencio mientras revoloteaba por allí su aliado Puigdemont. No se saludan y se verán pronto. Prueba implícita de que lo esencial está ya resuelto sobre el referéndum porque Sánchez está colgado de unos votos y Puigdemont lo sabe. Harán más teatro, claro. A Sánchez se le escapó una frase en el discurso: «España es un Estado compuesto»; es decir, integrado por varias entidades en pie de igualdad. Constitución, ¿para qué?
Como Netanyahu, nos encamina de modo ciego y obstinado al desastre. Entre tanto, venga a machacar la opinión al modo de los hermanos Marx en el Oeste: en vez de ¡más madera!, ¡más 'lawfare'! Él no sabe bien qué es eso, pero Puigdemont sí.
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