La segunda muerte de Jean Moulin
Si el fuego de la tradición laica y revolucionaria se ha extinguido, no lo ha hecho del todo la memoria patriótica de la lucha contra el nazismo
Antonio Elorza
Jueves, 4 de julio 2024, 22:33
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Antonio Elorza
Jueves, 4 de julio 2024, 22:33
En los años 80, viendo que se consolidaba el Gobierno socialista de Felipe González, los nostálgicos del franquismo emplearon una vieja arma cuyos orígenes se remontaban a los días del Frente Popular francés: la destrucción de imagen (hoy practicada también obsesivamente desde el ángulo opuesto). ... El blanco fue el ministro de Exteriores, Fernando Morán, visto una y otra vez como un idiota. En uno de estos 'chistes de Morán', presentaban el para ellos simpático escenario del fusilamiento inminente de los líderes socialistas, pero en el momento decisivo los astutos Felipe y Alfonso daban un grito salvador y se escapaban. Morán quiso imitarles y gritó: «¡Fuego!». Y, claro, el pelotón disparó y le mató. Por fortuna, la campaña provocó un saludable efecto bumerán, incrementando la popularidad del ministro.
Recordarlo tiene sentido, pensando en el resultado de la convocatoria de legislativas por Emmanuel Macron, repitiendo el gesto de respuesta a una derrota electoral por Pedro Sánchez un año antes; una jugada ganadora que en la copia de Macron se convirtió en desastre, para él, para los suyos y para la democracia francesa. A diferencia de Sánchez, Macron no disponía de un partido sólido, ni cabía esperar fisura alguna en el triunfante Neofrente Nacional (Reagrupación Nacional, RN) de Marine Le Pen y Jordan Bardella.
En las europeas, había surgido un brote de esperanza con la candidatura socialdemócrata de Raphaël Glücksman, muy por encima de los insumisos de Mélenchon, pero una convocatoria inmediata agostaba su consolidación y daba pie a una recuperación de La Francia Insumisa. Solo una rápida reacción de los conservadores –Los Republicanos, exgaullistas– al borde del abismo ha evitado que, siguiendo a su líder Ciotti, cayeran en brazos del lepenismo.
En el mejor de los casos, si funcionan bien los desistimientos el domingo, prevalecerá un 'frente del no', contra Le Pen/ Bardella, sin posibilidad de tejer alianza alguna cohesionada. En parte, por las diferencias insalvables entre los 'vencedores', y sobre todo por el desgaste irreversible de la figura del presidente. Macron no es Mitterrand en 1986 ni Chirac en 1998, vencidos ambos pero no desautorizados. Como otro suicida de la democracia, Biden en EE UU, Macron es el único que cree en Macron.
Si RN no alcanza la mayoría absoluta, hay que atribuirlo también a su rigidez, que solo tuvo un momento de apertura al proponer inicialmente la captación de unos Republicanos en caída libre, ofreciendo escaños a cambio de asimilación. Algo tiene que ver en ello que RN está dirigido por una pequeña dinastía desde sus orígenes: Bardella es casi yerno de Marine Le Pen (pareja de su sobrina). Un partido posfascista inteligente, el LFI de Meloni en Italia, sabe disimular el cordón umbilical que sigue uniéndolo con el pasado, y no duda en expulsar a los radicales de su Gioventù Nazionale que se lanzan al «¡Duce, Duce, Duce!» y al antisemitismo. Esta cuestión sí la han resuelto bien Le Pen y Bardella, desviando el foco contra los musulmanes, pero han dejado ver su incapacidad para entender que si el fuego de la tradición laica y revolucionaria se ha extinguido, no lo ha hecho del todo la memoria patriótica de la lucha contra el nazismo.
Ha bastado para revelarlo una mención ocasional despectiva, en un debate televisado, de Bardella al líder de la Resistencia asesinado en 1943 por los nazis tras sufrir salvajes torturas: «¡Otra vez Jean Moulin!». Dejó ver así las garras escondidas en unos guantes de terciopelo. Hizo recordar de dónde venía y adónde va RN. La imagen de la Francia ocupada está plagada de momentos y de comportamientos oscuros, con el petainista y resistente Mitterrand en primer plano, pero la separación con el nazismo y los colaboracionistas no se ha borrado. Juega un papel decisivo para legitimar los desistimientos. Anunciar una segunda muerte de Jean Moulin tiene un alto precio político.
Aunque no sea esta la causa profunda de la vigente pleamar de la ultraderecha nacionalista, expresión de una Francia estancada en el plano económico, donde la frustración ha ahondado la divisoria entre un país opulento en París y un corto número de grandes ciudades, y la depresión para el resto. Los grandes movimientos de protesta de la presidencia de Macron, los 'chalecos amarillos', las movilizaciones agrarias, anunciaban el resultado: 8% de RN en París, abrumador dominio en el resto. 'Preferencia nacional', chivos expiatorios centrados en la inmigración. Funciona.
Claro que la izquierda también colabora al pesimismo, a pesar de la movilización frentepopulista. Tras la debacle del Partido Socialista, el 'clase contra clase' (disfrazado de pueblo) de Mélenchon conjuga revitalización y callejón sin salida. No es un socialista radicalizado, sino un trotskista –procedente del 'entrismo' lambertista en el socialismo francés–, que conserva en su integridad el propósito de instrumentalizar la unidad de la izquierda para un cambio revolucionario. Sin duda lo mejor para Bardella y Le Pen.
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