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Todo escapa a lo común en la presente crisis de Oriente Próximo, y tal vez por eso no cabe excluir el peor de los desenlaces. Para empezar, nunca un crimen de masas ha sido tan bien recibido por gran parte de la opinión pública mundial, ... incluida la de nuestro país. Cabría aducir que ha dominado la preocupación por la muerte de miles de ciudadanos de Gaza, destrozados o heridos por las bombas de Israel, lo cual acalló el eco de los gritos de otros ciudadanos, los israelíes, acribillados y degollados por los milicianos de Hamás. Lo cierto, sin embargo, es que la matanza del 7 de octubre suscitó desde el primer día comentarios cruzados, entre condenas y rápidas exculpaciones apoyadas en la causa palestina, para verse pronto desplazados enteramente por el protagonismo de Gaza en ruinas.
Es esta una sensibilidad positiva, si bien contrasta con la ocultación del 7 de octubre y el olvido general de otras causas recientes, donde también entraba en juego la supervivencia de los seres humanos. Casi ayer, a pesar de las garantías de un armisticio, el enclave armenio de Nagorno-Karabaj sufrió durante meses un cerco de hambre, impuesto por el ejército de Azerbaiyán, que acabó conquistándolo a sangre y fuego el 19 de septiembre. Nadie se preocupó por ello, ni ahora ante el peligro inminente de que la propia Armenia sea invadida de no acceder a las exigencias territoriales azeríes, con colaboración abierta del nuevo defensor de Hamás que es Erdogan (como si no hubiera bastado con 1915). Aunque es cierto que haber sufrido un genocidio –el armenio de entonces, el holocausto judío– no confiere al pueblo-víctima patente de corso en la historia, resulta inaceptable que ello pase a ser pretexto para ignorar su derecho a existir y defenderse cuando, tras haber sido ya objeto de exterminio, la tragedia puede repetirse.
En la crisis actual, la defensa humanitaria de la población de Gaza, la denuncia de las violaciones de derechos humanos, son del todo imprescindibles, a la vista de los bombardeos, solo que han de ser compatibles con la exigencia para Israel de eliminar la amenaza de una nueva agresión de Hamás, primer paso para que el llamado 'eje de la resistencia' (Irán, Hezbolá, Hamás) logre su objetivo final de acabar con «el Estado sionista». Tratan de reeditar, y lo proclaman, un 'delenda est Judea', Israel ha de ser destruido, lo cual, a la vista de la vocación genocida que Hamás exhibió el 7 de octubre, significaría el fin, no solo del Estado de Israel, sino de sus habitantes.
Resulta asombroso que la inmensa mayoría de quienes de un modo u otro condenan a Israel, incluso refugiándose detrás de Primo Levi, ignoren el significado de la matanza del día 7 y cierren los ojos ante la dimensión terrorista de Hamás, que amparándose en textos islámicos, no en el Corán, proclama en su carta doctrinal la necesidad de matar hasta el último judío sobre la Tierra. La causa política emancipatoria queda así envuelta en el dogma yihadista. El ensayo ya ha tenido lugar.
Israel tenía que responder, no por venganza, sino por supervivencia; de ahí que deba atacar a Hamás irremediablemente en Gaza, salvo tolerar su continuidad como santuario mortífero. Gaza no es solo una ciudad poblada por ciudadanos inocentes, sino una entidad política gobernada por Hamás que esta utiliza como plataforma militar. Y también como foco de propaganda, según pudo verse con el supuesto bombardeo del hospital Al-Ahli, con el cual intensificó la satanización de Israel e incendió en su contra al mundo musulmán.
Es así como desde la justificación del 7 de octubre por la causa palestina ha logrado generalizar la etiqueta de genocidio para la acción de Israel –a la que el Gobierno hebreo contribuye al ofrecer la impresión de que su propósito es solo destruir– destinada a imponerse si siguen acumulándose las víctimas sin efecto militar alguno. Las imágenes de muertos, heridos, hambre, privaciones configuran un relato autónomo en beneficio de Hamás: el agredido se convierte en agresor, y el agresor es eximido de toda culpa. Israel no solo es presentado como el verdugo de Gaza, de Palestina, sino como enemigo de los propios judíos (Hamás, Irán, Hezbolá no deben de serlo).
La política opresora de Netanyahu, salpicada de excesos y muertes palestinas, y prolongada hasta hoy mismo sobre Cisjordania, justificaba la rebelión, pero no un terror genocida –esto es, de aniquilación planificada– ni la intención de acabar con Israel como Estado, cuyo enfrentamiento con el cerco árabe partió de la agresión de este en 1948.
Desde entonces Israel es una fortaleza sitiada, con el pueblo palestino oprimido, circunstancia solo superable con el establecimiento de dos Estados, judío y palestino, a lo cual se opusieron tanto Netanyahu como Hamás y los países árabes. Una tarea inexcusable si logra superar el tremendo reto planteado a su existencia por un yihadismo que de momento ha obtenido una victoria total en el campo de la imagen. Cohesión árabe, aquí intereses oportunistas de Estado, justa sensibilidad ante el sufrimiento de Gaza (ausente el causado por Hamás), leyenda negra bien ganada por Netanyahu, antioccidentalismo, confusión entre liberación palestina y yihadismo explican este ampliamente difundido y aberrante 'Terror macht frei!' (el terror te hará libre). Y ahora se suma al coro António Guterres con unas declaraciones que revelan un alineamiento impropio del puesto que ocupa.
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