Antiácido

La cuarentena ha acabado justificándolo todo, desde la cursilería hasta beber entre horas. Encerrados, nos hemos convertidos en animales domésticos que apenas reaccionan a algo más que a la comida y al cariño, que extrañan caras y lugares, que miran por la ventana como miran los perros cuando tienen ganas de salir a la calle. Lo curioso es que, en estos momentos de agenda vacías, no haya casi sitio para reflexionar, para abstraerse de la situación y verla desde fuera; será porque lo que estamos viviendo es de digestión lenta y pesada, como una cena de Navidad, y necesitamos tiempo, distancia y cantidades industriales de antiácido para asimilarlo. Mientras, sufrimos esta situación como los ciclotímicos que somos, riéndonos al ver las mesas de trabajo de Abascal y de Torra, llorando con el anuncio de la Asociación de Fútbol Argentino, emocionándonos con los que se juegan el tipo por los demás en condiciones precarias, escribiendo frases ñoñas que nunca pensamos que saldrían de nuestras teclas. Para algunos afortunados que vivimos un «confinamiento de señoritingos», que dice Rosa Belmonte, esto es poco más que un melodrama cursi. Para otros, para demasiados, está siendo una tragedia. Y no habrá antiácido suficiente para digerirlo.