Los años buenos

Lo malo de esas épocas gloriosas es que cuando se está en ellas uno no suele darse cuenta. Ahora son los años buenos de algo, de muchas cosas, no sé, supongo que son los años buenos del running, de las series, de las aplicaciones de ligar o del tardeo en las terrazas, y hay que ser conscientes de esto porque lo que hoy parece eterno un día no son más que recuerdos, jirones de aire, fragmentos de conversaciones que escuchas en un ascensor.

Yo ya he visto pasar los años buenos de la salas recreativas, los días grandes del heavy metal o de la Selección Española de fútbol, pero otros no los he vivido, como esos tiempos dorados del viejo Fitur cuyas historias dibujan la estampa exacta de un momento y de un país; España mía querida llena de ferias e inauguraciones. No es un asunto de políticos sino de épocas, como los años buenos de los viajes institucionales que organizaba el Gobierno regional, esas peregrinaciones al otro lado del mundo que llevaron a tantos periodistas riojanos a los países del este, a Sudamérica o a China como en una Ruta Quetzal en la que Pedro Sanz ejercía de líder explorador.

He oído anécdotas buenísimas de aquellas expediciones y alguien debería atreverse a contarlas. Yo no porque no fui nunca, que a esta profesión llegué dos minutos tarde y los años buenos solo los he conocido de oídas, un poco como el tipo ese que, corriendo de camino al estadio, escucha el rugido de la grada porque ha marcado su equipo.