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Durante muchos años en casa comíamos viendo el doble capítulo de 'Los Simpson' que emitían a las dos de la tarde y que te dejaba una sonrisa en la cara justo antes del informativo. Ese hábito maravilloso lo dinamitó el 'procés'; tras 24 años en ... Antena 3 la cobertura en directo de la majadería independentista y todos aquellos programas especiales acabaron desterrando a 'Los Simpson' a un canal secundario. De repente nos alejaron de la familia amarilla, nos despojaron de nuestra rutina, aunque ellos siguieron con sus aventuras en un canal diferente a tan solo unos milímetros en otro botón del mando, pero aquella distancia se nos antojaba ya insalvable y nada volvió a ser lo mismo.
Hay rutinas como esa que a uno lo reconfortan como el bálsamo al enfermo porque, en momentos en los que todo se derrumba, hacer de vez en cuando lo mismo es un pequeño milagro. Esas rutinas absurdas son como el mástil al que se agarra el capitán del barco en mitad de la tormenta; es lo que decía Cortázar de las costumbres, que son «formas concretas del ritmo, son la cuota de ritmo que nos ayuda a vivir».
En realidad todo es diferente desde su estreno en 1989. A España llegaron un año después, desembarcaron en Canal +, se fueron a TVE 1, luego a La 2 y finalmente a Antena 3. Ahora están ahí arrinconados en Neox, mirando desde el otro lado cómo el mundo que los observa se ha convertido en una parodia casi igual de imposible que la suya. Esta semana 'Los Simpson' han cumplido treinta años, tres décadas en antena desde que empezaron con sus emisiones regulares en los Estados Unidos. Llevamos mirándonos en esa familia disfuncional todo ese tiempo, y sentimos que el espejo está trucado, porque nosotros hemos ido engordando y nos hemos puesto gafas para verlos a ellos permanecer imperturbables, brillantes, anclados en una existencia inmutable y mágica. Al principio era Bart pero, poco a poco, a medida que nos fueron saliendo canas, fuimos queriendo más a Homer, ese Pedro Picapiedra del siglo XXI que en el fondo tiene algo de todos nosotros. Tardamos en darnos cuenta, pero ocurrió que no era Bart el que perdía protagonismo, tampoco era la serie la que cambiaba, sino nosotros, que después de treinta años no podemos ser los mismos.
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