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Se muere Julio Anguita y le llora hasta el Lucero del alba. Es la paradoja hispana de esos escasos políticos honestos y consecuentes que en vida no se comen un colín, que traducido en votos es lo que beber agua con las manos, y según ... dan el paso fúnebre se ven aupados a la gloria y damnificados de laudes y aleluyas por lo civil. Otra de esta estirpe que también se fue demasiado pronto y a la que tampoco se le hizo demasiado caso fue Pilar Salarrullana. Se reía, sin reprocharla jamás, de la hipocresía de tantos que cada día la llamaban, la saludaban y la cumplimentaban al pasar. «Si todos esos me hubieran votado, habría sido alcaldesa de Logroño», decía cuando se batía como concejala del CDS y sostén del alcalde Manuel Sáinz. Lejos de votos, recibía escraches y era protagonsita de caceroladas y diana dilecta de las iras de la derecha que con tanto gusto y tan bien la odió. Como a Anguita. Era y es el pago a vivir y morir de manera consecuente. Odi et amo, escribió Catulo.
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