Anda y pínchate una arteria

Es también increíble, al menos a mí me lo parece, que se debata sobre si conlleva 'sumisión química', si en realidad se inocula sustancia. ¿Acaso infligir un pinchazo a alguien no es un acto lesivo en sí mismo? Y no solo eso. Es el hecho intimidatorio, el que supone pensar en que alguien te pueda pinchar, inocular o no una sustancia, contaminar la bebida. Nebulizarla, qué más da. O la 'sumisión oportunista', en la que se aprovecha la vulnerabilidad de la víctima por ingesta voluntaria, en una gran mayoría de los casos, de alcohol. Cuando impera la creencia de que una mujer bebida es más 'accesible'. Pensar en todo ello, en la posibilidad de que suceda, es ya atentatorio contra la libertad de las mujeres. Ni siquiera la libertad sexual. Simplemente, la libertad.

Resulta extenuante apelar a la necesidad de incidir en la educación para acabar con todo ello. Y resulta vomitivo comprobar cómo algunos (el Ayuntamiento de Vilassar de Mar, en Barcelona) entienden que pedagogía sexual es organizar una gymkana para jóvenes con pruebas como poner un preservativo con la boca sobre un palo, lamer un plátano untado con nata y miel o reproducir posturas del 'Kamasutra'.

Educar, sí. Pero también, acudir a un centro médico para que conste la agresión. Y denunciar. Denunciar y denunciar. Libres. Sin miedo.

«Anda y pínchame una vena», dice la jota. Yo invito con fruición a quien esté tentado de violentar la libertad de una mujer a que se pinche él mismo una vena. O mejor, una arteria. Y eso no es punitivismo. Ni siquiera, feminismo.