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Es un hecho que el coronavirus se está llevando a una generación de luchadores. Cada víctima es una tragedia para sus familias y para la sociedad. El virus selecciona y, como todas las desgracias, se ceba en los más vulnerables, en nuestros mayores. Sin ápice ... de piedad, el virus nos ha recordado que los habíamos olvidado más allá de lo razonable y de nuestra supuesta humanidad, porque teníamos que hacer nuestras vidas. Los recluimos en el olvido y en la soledad y ahora nos estremece su pérdida. El virus se lleva nuestra memoria pero no nuestra culpa. Este justiciero nos interpela robándonos a quienes representan la cultura del esfuerzo, de la batalla cotidiana por la supervivencia, la generación de la alpargata y el hambre, la del huevo compartido y el pan negro, la de la guerra y la posguerra, la que luchó para que sus hijos, además de comer, estudiaran; la que empujó a este país a la democracia.

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