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Es un hecho que el coronavirus se está llevando a una generación de luchadores. Cada víctima es una tragedia para sus familias y para la sociedad. El virus selecciona y, como todas las desgracias, se ceba en los más vulnerables, en nuestros mayores. Sin ápice ... de piedad, el virus nos ha recordado que los habíamos olvidado más allá de lo razonable y de nuestra supuesta humanidad, porque teníamos que hacer nuestras vidas. Los recluimos en el olvido y en la soledad y ahora nos estremece su pérdida. El virus se lleva nuestra memoria pero no nuestra culpa. Este justiciero nos interpela robándonos a quienes representan la cultura del esfuerzo, de la batalla cotidiana por la supervivencia, la generación de la alpargata y el hambre, la del huevo compartido y el pan negro, la de la guerra y la posguerra, la que luchó para que sus hijos, además de comer, estudiaran; la que empujó a este país a la democracia.
Si nuestros líderes les pidieran consejo, ellos les hablarían desde la sabiduría, la experiencia y sin pizca de rencor. Les darían advertencias que, a buen seguro, despreciarían, porque se creen más de lo que son y menos de lo que se merece este país. En esta trágica situación, estos oportunistas de la sabiduría se creen especialistas en liderar el mundo sin haber destacado nunca en nada. La única epidemia que han combatido es la de evitar que les hagan sombra en su propio partido. Se creen más sabios que el adversario y más eficaces que los científicos. A fecha de hoy no está demostrado que otros gobernantes lo hubieran hecho mejor. Que cada cual imagine en el Gobierno al líder que más le guste. Todos los gobiernos del mundo se han enfrentado a dificultades semejantes y han cometido errores parecidos, todos capean con opiniones públicas insatisfechas. Es una crisis sin precedentes, sin manual de instrucciones. Envidio a quienes por encima de la ideología se unen alrededor de lo importante, como en Portugal. Aquí vivimos a medio camino entre el cainismo, históricamente letal para nuestra nación, y el cuanto peor, mejor, mientras tratan de pescar en la adversidad y el dolor ajenos.
Se habla de cómo reconstruir a partir de la hecatombe económica y social mediante unos nuevos pactos de la Moncloa, como en la Transición. Si pidiéramos consejo a nuestros mayores nos dirían, dejaros de peleas de gallitos y unid vuestras fuerzas para sacar adelante a este país. Nos dirían, proteged y fortaleced la sanidad pública que heredasteis porque es nuestro principal tesoro, impulsad la investigación y la solidaridad que permita reflotar España de la peor crisis del último medio siglo. Utilizad la inteligencia y cuando el sol salga os peleáis en el patio del Congreso. La clarividencia siempre estuvo en el cerebro de los ancianos y la fuerza en el latido de su corazón.
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