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Vaya por delante que soy humana y tengo sentimientos. Como cualquiera. Pero no comprendo esa tendencia que amenaza con arruinar por completo la comunicación interfamiliar rivalizando en las redes sociales por ver quién es el usuario más original en su felicitación, quién es el ... que profesa un afecto más profundo y quién es el que enternece a más seguidores a la hora de pronunciar públicamente su amor por su madre el día de la madre, por su padre el día del padre, por sus hijos el día de sus cumpleaños, por las mujeres en el día de las mujeres, por el planeta el día del planeta y por el trabajo el día del trabajo. Y así hasta un bucle infinito.
A esos amores perpetuos que se prodigan tanto que las redes sociales desprenden durante esos días señalados un tufillo de cursilería que acogota al más insensible, se suma la tendencia opuesta: la de demostrar como sea, por lo civil o por lo criminal, los odios que despiertan los políticos con los que no se comulga. Porque no se vitorea (generalmente) a los representantes políticos con los que se está de acuerdo, sino todo lo contrario. Se ridiculiza hasta el esperpento la salida de tono del candidato, se critica hasta la saciedad la propuesta trasnochada o se cachondea de la última fotografía surrealista de la campaña. Y lo más peligroso de esta tónica cada vez más dominante es que da igual el argumento que se emplee para arrear candela al objetivo, no importa si es falso o no, si se ataca lo personal o si se denuncia algo creado artificialmente. El caso es dar estopa. Como sea.
Entre esos amores y esos odios, no hay término medio. Y empieza a ser preocupante que esa polarización de las redes sociales termine llegando a la realidad. Habrá que echar una pensada.
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