El amor en 'jet lag'

Le dice que ha sido un buen fin de semana, que lo ha pasado bien, pero que no quiere prisas

Viernes, 28 de abril 2023, 22:00

Acompáñenme en esta apasionante historia que comienza en la cafetería de un aeropuerto de España un domingo por la mañana esperando a que aparezca en la pantalla mi puerta de embarque para el avión que debe llevarme de vuelta a brazos de mi perro. A ... mi lado se sienta una pareja de las muchas que he observado, jóvenes que han pasado un fin de semana romántico en la ciudad en la que estoy que, por su belleza, se presta a paseos, fotos, candados en los puentes del río, comidas al sol y noches de besos. Se sientan ellos y él, enseguida, revisa feliz su móvil repasando las fotos de unos días inolvidables de pasión y risas. Ella las mira también desde su móvil, pero sus comentarios son más descriptivos «Esto es en el puente», «Aquí me daba la luz de cara»... En la pantalla empieza a parpadear la letra y número de mi puerta así que dejo ahí a la pareja. Y pasa una hora y casi dos. Uno, que ya ha vivido cosas similares, comienza a intuir que hay un lío que va más allá de un atasco aéreo y comienza a prepararse para el infierno de pasar allí algunas horas más de las previstas.

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Al volver al bar donde había desayunado veo, en la misma mesa, a la pareja de antes que, como yo, ha debido asumir el retraso. Sigue la mesa de al lado libre y ahí me asiento a tratar de volver al libro que llevaba a medias al llegar y que me veo venir que me voy a terminar en esa cafetería. Ella habla, él escucha, yo descubro que mis auriculares están sin batería y, honestamente, me alegro de tener excusa para escucharles. Le dice, básicamente, que ha sido un buen fin de semana, que ella lo ha pasado bien, pero que no quiere prisas, que prefiere ir poco a poco. Él contesta fingiendo madurez y frialdad, frases llenas de por supuestos y para nadas, como alguien a quien le han pillado yéndosele la mano con el amor para ser, según intuí, una primera escapada.

Los altavoces anuncian que el vuelo no saldrá y comienza la epopeya de visitas a mostradores para tratar de sacar otro vuelo que nos devuelva a casa. Van aquí en medio unas apasionantes doce horas que, pasé entre colas, protestas y rendiciones hasta aterrizar en otro avión. Si han vivido algo parecido, saben que es una experiencia que convierte aquella película de Spielberg con Tom Hanks en un clásico del terror psicológico.

Ya en la cola de los taxis les vuelvo a ver. Veo como cogen uno cada uno y, mientras les meten las maletas en sendos maleteros, mirarse con ternura pero despedirse con un beso en la mejilla. Me meto cansado en mi taxi, me siento triste por ellos, de repente me da miedo pensar en que, cuando llegue a casa, mi perro me ofrezca la patita cortésmente en vez de, como siempre, lamerme la cara hasta que me tenga que duchar.

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