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Raymond Carver y John Cheever se conocieron en la universidad de Iowa en 1973. A partir de ese primer encuentro, se pasaron media vida coincidiendo en licorerías y supermercados, lugares que les proporcionaban combustible para darle a la tecla y escenarios donde desarrollar algunas de ... las amargas escenas de sus relatos; era el realismo sucio o realismo K-Mart, como la cadena norteamericana de descuentos. En cambio, una cadena alemana, más partidaria del romanticismo diabético de Bárbara Cartland que del minimalismo crudo de Carver y Cheever, ha convertido sus tiendas en espacios para el amor: como ya no hay bares donde ligar, los viernes por la tarde los solteros pueden ir a tirar la caña. Amor en el hipermercado, seducción en el ultramarinos.
Tú aprovechaste la ocasión, sobre todo desde que aquel moreno con gafas te lanzó una mirada coqueta por encima del lineal de los cereales. Por si te lo volvías a encontrar, empezaste a bajar hecha un pincel hasta para comprar media docena de huevos. Y te lo encontraste: en la cola de la pescadería se te acercó tímidamente para preguntarte la receta de la lubina a la espalda. La cosa continuó en la verdulería (entre col y col, lechuga) para terminar cayendo rendida a sus pies cuando, en un sacrificio galante, te cedió el último paquete de papel higiénico que quedaba en la estantería; precisamente él, que siempre echaba al carrito kiwis para el tránsito intestinal. Jaleado por la cajera devenida en celestina, el tonteo continuó hasta que, el último día, el tipo se lanzó a la piscina en la sección de bisutería y te compró un reloj de dos euros. Vale que el cariño verdadero ni se compra ni se vende, pero ¿un reloj de dos euros? Eso sí es realismo sucio.
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