La Rioja se asoma desde la próxima medianoche al periodo de gravedad más incierta de cuantos ha venido sorteando desde el pasado marzo. Del alcance de la dificultad que se anuncia daba evidencia ayer la solemne tensión que adoquinaba el ambiente del salón donde se ... presentó el nuevo paquete de restricciones sociosanitarias que condicionarán la vida en la región durante el próximo mes. Gravedad puesta de manifiesto sin ambages ni anestesia por la presidenta Concha Andreu que, liberada de eufemismos, habló de niveles de incidencia dramáticos, ritmo de contagios alarmantes, presión insostenible sobre el sistema sanitario, la peor situación epidemiológica desde la aparición de la pandemia... Términos contundentes como nunca antes. Y por si había dejado alguna duda en el aire denso de la sala, sentenció: «Las peores previsiones que manejábamos son ya una realidad». Una afirmación rotunda como las medidas extremas con las que el Ejecutivo trata de hacer frente a la tercera ola antes de que se convierta en un tsunami de irreparables consecuencias. Unas medidas solo comparables en contundencia al confinamiento que sumergió al país hace casi un año en el actual y casi distópico estado de pandemia. Pero que nada tienen que ver con las que apenas hace un mes jugaban a favor de aquel incomprensible 'salvar las Navidades' que fue interpretado como una licencia sin límite por quienes se mostraban impermeables a las llamadas a la responsabilidad individual en la que las administraciones pretendieron hacer descansar la pelea contra el virus con una evidente falta de acierto, como así ha quedado puesto de manifiesto solo unas semanas después.
La presidenta Andreu fue la primera en reconocer ayer de manera explícita que el Ejecutivo ya manejaba el escenario actual como la peor de sus previsiones. Que no le ha pillado por sorpresa la pared en que ha devenido la curva pandémica de La Rioja. Luego lo hizo su director general de Salud Pública, Pello Latasa, al poner voz a lo que incluso los legos en epidemias ya conocían: que la progresión del contagio en enero «ha sido exponencial». Cabría preguntarse, o preguntarles, desde cuándo semejante sospechas o certidumbres científicas sobrevolaban el Consejo de Gobierno. Porque hace solo una semana no se vieron reflejadas en unas restricciones más laxas que las que en unas horas entrarán en vigor.
Asumen, sin saberlo, que llegan tarde. Que otra vez van por detrás del virus y su nefasta huella y que no lo hacen por impericia o falta de medios, pues los análisis y proyecciones que la ciencia les ha indicado han demostrado su fiabilidad. Les ha faltado valentía en la toma de decisiones y les ha sobrado el incomprensible temor político que atenaza de un tiempo a esta parte a los responsables de las administraciones públicas casi sin excepción. Como si los ciudadanos prefiriesen un Gobierno que se limita a gestionar las consecuencias de la pandemia a otro capaz de tomar la iniciativa para atacarla, so pena incluso de equivocarse en el intento. Ese temor a las consecuencias políticas de las decisiones se corresponde con la extendida, y errónea, concepción infantiloide que de la ciudadanía tienen muchos gobernantes. Quizás a esto quepa achacarle esa opacidad que acompaña al Ejecutivo. Por qué, si no, ese empeño en ocultar la postura con la que La Rioja acudía ayer a la reunión del Consejo Interterritorial de Salud. O por qué seguir escondiendo la identidad de quién, según la investigación abierta en Salud, se ha vacunado ya sin corresponderle tal beneficio. Un par de asuntos, que no los únicos, para entretener el periodo pandémico más incierto al que se asoma La Rioja, la única alternativa para tratar de sortear una indeseable debacle sanitaria.
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