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Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. EFE
Aliados a disgusto

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Editorial ·

Sánchez no podrá obviar dos años más el juego de los de Puigdemont y los de Junqueras para apuntalar el advenimiento de una república

Jueves, 8 de julio 2021, 02:00

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, cesado de su cargo en aplicación del artículo 155 de la Constitución, recibió ayer a su exvicepresidente Oriol Junqueras en la 'Casa de la República' sita en Waterloo. El reencuentro, «fundamentalmente personal», se produjo casi cuatro años después ... de que se vieran en el pleno del Parlamento de Cataluña que el 27 de octubre de 2017 declaró unilateralmente la independencia, y después de que Puigdemont rehusara toparse con Junqueras anteayer en Estrasburgo. Puigdemont ni siquiera salió a recibirle ayer. Aunque después posó para una fotografía de grupo en el que estaba el rapero Valtònyc, huido asimismo de la Justicia española, diluyendo la relevancia testimonial de los indultados de ERC. Es más que dudoso que un encuentro sujeto a semejante tensión formal, política e interpersonal, sirviera más que para reequilibrar la balanza de las apariencias a favor de Junts como opción depositaria del legado de Puigdemont. La animadversión entre ambos líderes independentistas responde a una colisión que a día de hoy resulta paradójica. En octubre de 2017 Carles Puigdemont estaba decidido a convocar elecciones para sortear el envite que suponía la declaración unilateral de independencia, pero en la noche del 26 al 27 Oriol Junqueras y especialmente Marta Rovira impusieron su criterio de arriesgarlo todo a la carta de la DUI. Al día siguiente Puigdemont huyó a Bélgica y Rovira haría lo propio hacia Suiza, mientras Junqueras penaba con el proceso judicial y la condena subsiguiente. Dos de las almas del independentismo catalán, ERC y Junts con sus colectivos adláteres –la tercera es la CUP– se debaten entre aferrarse al liderazgo de Puigdemont y de Junqueras, respectivamente, o prescindir de ellos para dar paso a otro tiempo y otra generación de responsables públicos. Solo que el secesionismo no está en condiciones de depurarse a sí mismo deliberadamente. Necesita de todos sus integrantes, y necesita proyectar sus diferencias internas como si totalizaran la pluralidad de Cataluña. Porque su interés común –que ayer se limitó a reclamar la «amnistía» frente a la «represión»– está en dibujar el futuro de los catalanes como el inexorable advenimiento de una república que solo los independentistas podrían administrar. Un futuro sobre el que Junqueras parece dispuesto a dialogar, pero que Puigdemont urge a negociar sin medias tintas. Algo que el voluntarismo de Pedro Sánchez no podrá obviar durante dos años más.

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