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Cuando estudiábamos la epidemia de peste negra que asoló Europa en el siglo XIV, parecía un oscuro capítulo, propio de una época pasada en una sociedad menos desarrollada, con pobre alimentación, escasos avances médicos e higiene, superada por el progreso presente.
Quizás no sea tan ... claro. Hoy, tras la primera oleada de la pandemia actual que nos cogió de improviso, estamos ante una segunda oleada que azota a Europa y otros continentes observando atónitos cómo aumentan los casos de contagio; pero lo peor es que parece que nadie sabe qué está sucediendo. Es preocupante que en esta segunda oleada reine la confusión: para unos es un desastre difícil de calibrar en el que el reto consiste en detener la epidemia sin cerrar toda actividad, para otros 'visionarios' no hay para tanto. La falta, aún, de consenso científico propicia que haya demasiados expertos improvisados que abonan la confusión en un terreno en el que médicos y epidemiólogos avanzan con prudencia frente a un adversario desconocido hace poco, y todavía poco conocido hoy.
Ante esta compleja crisis que ha puesto patas arriba nuestra vida, los gobiernos no siempre están a la altura de lo esperable. Junto al shock sanitario avanza una crisis económica y social, sin precedentes desde las grandes confrontaciones mundiales, añadiendo a la necesidad sanitaria la urgencia democrática de claridad frente a la consecuente situación compleja y lesiva. La pandemia está dejando demasiadas víctimas, pero también una nueva pobreza (autónomos sin clientes, asalariados en ERTE o en paro, jóvenes sin oportunidades, etc.) que en España, tercer país en la Unión Europea con mayor tasa de pobreza, se estima que a final de año un millón de personas pueden sumarse a las que ya viven en ella. La nueva pobreza acecha sobre trabajadores con precariedad sobrevenida que bascularían hacia la ayuda social y caritativa, y que estarán más expuestos que la media a la pandemia.
Un receso social que reclama respuestas políticas rápidas para evitar una posible catástrofe generacional e intergeneracional, en una crisis complicada que exige un Gobierno a la altura de la situación, con consenso democrático y transparencia para adoptar racionalmente decisiones sanitarias y económicas apoyadas por el necesario pilar de responsabilidad ciudadana de prevención de contagios y serenidad. Algunas conductas en las sesiones parlamentarias abren dudas sobre la confianza en los representantes políticos, sea cual sea su partido, fomentando peligrosos extremismos en un momento tan delicado.
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