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Incluso para un autócrata como Vladímir Putin, dispuesto a todo para saciar sus ansias expansionistas, un catástrofe nuclear son palabras mayores que invitan a reducir riesgos. La disposición del presidente ruso a aceptar que técnicos del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) revisen «lo ... antes posible» la central de Zaporiyia, la mayor de Europa y bajo control de tropas del Kremlin desde marzo, para verificar su seguridad tras los daños que ha sufrido por los combates en sus inmediaciones es una muestra de sentido común, tan ausente en la guerra de Ucrania. Putin anunció ese gesto a Emmanuel Macron, quien le transmitió su «preocupación» por la alarmante situación de las instalaciones, que Moscú utiliza como almacén de armamento pesado y lanzadera de ataques, lo que las convierte en foco de la ofensiva ucraniana y eleva el peligro de un siniestro de letales consecuencias. A falta de condiciones para encauzar un acuerdo de paz, la desmilitarización de la central y el establecimiento de una zona de protección que evite bombardeos en torno a ella deberían completar este paso, que solo satisface parcialmente las demandas expuestas por el secretario general de la ONU.
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