Pleno del Congreso de los Diputados. EP

Jugar con fuego

Los divorcios entre Junts y el PSOE y entre el PNV y el PP colocan a la política española en una tóxica espiral de desencuentros que pasará factura a la democracia

Alberto Surio

San Sebastián

Domingo, 26 de enero 2025, 00:15

La semana termina con dos imágenes de sonoro divorcio político que tendrá sus consecuencias en la gobernabilidad y en la política de alianzas de la política española. La decisión de Junts de buscar la derrota del Gobierno de Pedro Sánchez en el decreto 'ómnibus' –con ... importantes medidas sociales– refleja una estrategia de ultimátums que pone la legislatura al borde del abismo y demuestra las enormes dificultades para que arranque una mayoría plurinacional alternativa al bloque de derechas PP-Vox. Porque no hay una mayoría 'progresista', como se vendió en un principio. PNV y Junts son partidos que se ubican en el territorio del centroderecha. Pero tampoco se vislumbra una mayoría diferente con capacidad, coherencia y aritmética para imponer una política de sesgo liberal-conservador.

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El conflicto entre el PSOE y Junts ha colapsado la legislatura y amenaza con envenenarla dejándola sin Presupuestos. Sin las Cuentas públicas y con la amenaza de perder votaciones emblemáticas en el Congreso, el mandato de Sánchez se adentra en un laberinto de muy compleja salida. Pero que nadie espere una disolución anticipada de la legislatura. En este momento ir a unas elecciones anticipadas supondría ir al matadero seguro, es decir, a una derrota para el centroizquierda. Pero no tanto, quizá, porque Sánchez se desplomase en los comicios. La extrema polarización que vivimos en España, ayudados por el contexto internacional y el auge de la ola ultraderechista, le viene bien para capear el temporal y exhibir su manual de resistencia con una bandera ideologizada. El gran problema de Sánchez es la debilidad de sus aliados de izquierda, con Sumar en caída libre y Podemos anclada en la estrategia de 'tierra quemada' que tanta tradición tiene en la izquierda española que se siente depositaria de la pureza de las esencias y que vive su existencia en un pulso agónico frente a los traidores 'vendeobreros'. Quienes saben de historia ya conocen los arrebatos que desde el comunismo y el anarquismo se lanzaban contra la izquierda más moderada, los 'socialfascistas' de los años 30. La República salió derrotada en la Guerra Civil, también, por la funesta división interna entre sus defensores.

Es decir, si Sánchez se atreve a ir al 'suicidio' de unas elecciones anticipadas sería porque cree que puede obtener una digna derrota, garantizarse un grupo parlamentario fuerte en el Congreso y dirigir la oposición socialista a un eventual Ejecutivo de Feijóo que sólo podría obtener la mayoría absoluta con el concurso de Vox.

Habrá que ver si la fractura entre Junts y el PSOE es definitiva o forma parte de un juego de presiones. Pero en cualquier supuesto supone jugar con fuego. Aunque el PSOE ignore las advertencias y el tono del partido de Carles Puigdemont, asume que no queda otra más que negociar con enorme frialdad sus pretensiones y dosificar a ser posible sus cesiones, aunque se produzca una quiebra en la confianza de efectos muy inquietantes.

El momento tiene su afán. En este ambiente, la derrota del decreto-ómnibus en el Congreso constituye un retrato palmario de la incapacidad de la política española por superar el tacticismo. Nadie sale ganando de un revés que castiga a millones de pensionistas, que se muestran indignados con su clase dirigente. Estos errores engordan a Vox y a su discurso deslegitimador. No benefician al PP, por mucho que intente endosar la culpa al Ejecutivo de Pedro Sánchez. Se ve a un Alberto Núñez Feijóo dispuesto a todo con tal de tumbar al presidente y a un PSOE dispuesto a dilatar las decisiones para erosionar a su rival.

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La primera responsabilidad recae en el Gobierno, que está obligado a buscar que se eviten las derrotas parlamentarias. Parece ingenuo pensar que el PP iba a sacarle del apoyo al Ejecutivo de coalición PSOE-Sumar, pero cuanto menos Moncloa debía haber descolgado el teléfono para intentarlo. Se critica, con razón, al Ejecutivo, que juega siempre al extremis, que mezcla muchas cuestiones en el decreto 'ómnibus'. Los socialistas hacen lo que han hecho otros gobiernos, lo que está mal. Pero lo novedoso ahora es el contexto, de enorme precariedad en los apoyos. Nadie puede mostrarse satisfecho de este fiasco.

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