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Las elecciones europeas de este domingo constituyen un test revelador para el rumbo de la legislatura en España. Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo miden sus fuerzas miden sus fuerzas. El primero, convencido de que la citación judicial a su esposa, Begoña Gómez, terminará ... por convertirse en un revulsivo que provocará una reacción de movilización en el electorado progresista, harto de que «el fango» anule el debate y torpedee permanentemente la acción del Gobierno. Sánchez, que se ha volcado en la candidatura de Teresa Ribera, se ha envuelto en la bandera del progresismo asediado por el auge de la extrema derecha en Europa.
A su vez, Feijóo ha construido un discurso frontal frente a un mandato que considera agotado, 'manchado' por la corrupción que, en su opinión, pone de relieve el caso de la esposa de Sánchez, al que exige explicaciones. En el ojo de la tormenta, la insólita actuación del juez Juan Carlos Peinado al desvelar la citación seis días antes de los comicios, un comportamiento inhabitual en este tipo de procesos electorales. La discusión sobre este hecho abre un debate sobre los límites del Derecho y la política.
La campaña ha servido para escenificar las expectativas de todos los actores. El PP, convencido de su victoria, ha ido enfriándose algo y parece ahora contemplar la opción del empate como la más previsible. Pero una relación de fuerzas marcadas por el reequilibrio no va a servir a Feijóo para dar el golpe de gracia definitivo al actual inquilino de la Moncloa.
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Sánchez, a su vez, afronta una gran oportunidad para de nuevo romper los pronósticos y dar la sorpresa con una remontada que se antoja difícil. El presidente quiere concentrar todo el voto progresista y ha construido un calendario de decisiones y golpes de efecto dirigidos a atraer a todo el votante de centroizquierda.
El movimiento encierra un alto riesgo porque supone una amenaza electoral potencial para sus propios aliados: la izquierda de Sumar y de Podemos y también los partidos nacionalistas vascos y catalanes. Lo que gana Sánchez con la renovación de una parte de su electorado, sobre todo, entre los jóvenes y en la periferia, puede perderlo con socios que ven un peligroso achique de espacios.
Sobre este pulso se juega una convulsa batalla política sobre el futuro de Europa y también emerge una discusión profunda sobre las alianzas de la Unión. Europa se construyó como un proyecto alejado del belicismo después de la Segunda Guerra Mundial porque quería evitar de nuevo una catástrofe. El pacto que alumbró aquella apuesta por una alianza de los socialdemócratas, los liberales y los conservadores. Ahora se puede dar la circunstancia de que la derecha tradicional abandone este eje ideológico y se abrace a la ultraderecha. Tendría efectos demoledores para el proyecto en un contexto de graves incertidumbres. No olvidemos la guerra provocada por la invasión rusa en Ucrania y el espeluznante conflicto de Gaza.
Sobre este paisaje europeo se superpone el furioso ruido de la política española, en la que la hipótesis de una repetición electoral vendrá precipitada por el devenir de la política catalana. La pretensión de Carles Puigdemont de ser investido como nuevo presidente de la Generalitat tropieza con el principio de realidad. El independentismo no tiene mayoría absoluta y Puigdemont solo podría ser elegido presidente con el apoyo de ERC y la abstención del PSC. El último escenario se antoja inviable porque Illa sentiría una humillación insoportable tras haber ganado las elecciones.
A partir de ahora comienza un baile muy incierto con la elección de la nueva Mesa del Parlament. El desenlace de este juego de movimientos lo conoceremos el mismo lunes y nos dará una pista sobre el escenario de los próximos meses. No es descartable que la primera medida, si el independentismo pierde la mayoría de la Mesa, sea una amenaza de Junts para tumbar a Sánchez. Todo es posible. Hasta unas elecciones en Cataluña en las que el pulso Illa-Puigdemont adquiriría connotaciones de plebiscito soberanista.
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