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El acuerdo para la derogación de la 'ley mordaza' entre el Gobierno PSOE-Sumar y EH Bildu abre un camino inédito en la legislatura. Este novedoso escenario muestra una luz al final del túnel, pero no resuelve los nudos gordianos que siguen atrapando el mandato ... de Pedro Sánchez, y que lo retratan como un gobernante rodeado de problemas de muy compleja desactivación que requieren negociaciones a muy diferentes bandas y que hacen muy difícil unos nuevos Presupuestos del Estado. La mirada crítica del semanario británico 'The Economist' es reveladora al retratar al presidente como un líder hipotecado por las exigencias de los nacionalistas vascos y catalanes. Resulta curioso después de las alabanzas que otro medio, el también británico 'Financial Times', ha dedicado a los gestores de la economía española.
Pese a los escollos, la imposibilidad de forjar una mayoría alternativa a la que sostiene el Ejecutivo «progresista» hace muy posible que la legislatura tenga todavía gasolina a pesar de toda la trompetería apocalíptica del PP anunciado el diluvio universal mientras no se convoquen otras generales en las que el centroderecha tendría alfombra roja para volver al poder. De nuevo, se intenta recomponer la mayoría de la legislatura atenazada por intereses muy contradictorios y sobre todo por una doble rivalidad entre los partidos nacionalistas en Euskadi y en Cataluña, que ejerce una presión de fondo. No hay una mayoría de izquierda y sí una heterogénea composición 'plurinacional' que constituye un puzle muy paradójico al que le une por ahora su determinación a impedir que el tándem PP-Vox llegue al poder.
Junts y ERC, en Cataluña, por un lado, y el PNV y EH Bildu, por el otro, libran una partida existencial por la hegemonía en la comunidad nacionalista que tiene como señuelo la apuesta por el reconocimiento del derecho a decidir que no tiene encaje en el ordenamiento constitucional, pero que sirve de combustible para la agitación emocional del soberanismo. Por otra parte, el pulso entre Podemos y Sumar también proyecta una sensación de inestabilidad. Los morados libran en el universo social a la izquierda de la socialdemocracia una pugna especialmente dramática por sus señas de identidad.
La enemistad de algunos podemitas con sus antiguos compañeros de Sumar añade virulencia a la clásica cultura cainita de la izquierda, que suele desgastarse mucho en estas espirales autodestructivas. Si los nacionalistas, se enzarzan en una carrera hacia el derecho a decidir –o sea, hacia ninguna parte–, los segundos abren una batalla por las esencias de la izquierda que, en un contexto de fuerte reacción populista y conservadora, conduce a la dispersión, antesala de la derrota.
La pretensión de articular un bloque que permita desmantelar la 'ley mordaza' necesita todavía que cuaje una mayoría 'progresista' y 'plurinacional' sólida, un objetivo que aún se antoja lejano y de muy difícil materialización. Aunque tenga garantizado el apoyo de la izquierda independentista vasca, falta todavía el respaldo de los nacionalistas catalanes de Junts y de Podemos, que se ha desmarcado respecto a este principio de acuerdo con el que intenta subrayar su espacio y establecer una línea divisoria con Sumar. Su papel en esta convulsa legislatura se convierte en una mina política a la deriva. Parece difícil que la formación de Ione Belarra puede provocar la caída del Ejecutivo de coalición, pero ya se sabe que en política hay algunos desamores que matan.
Por otra parte, el Gobierno realiza un gesto que permite a EH Bildu rentabilizar su negociación y el acuerdo. El apoyo de la izquierda independentista vasca conlleva un evidente precio tanto entre sus aliados de la mayoría 'plurinacional' como de serio desgaste entre los estamentos ligados a las fuerzas de seguridad. El problema de imagen del PSOE a la hora de presentarse como un 'partido de orden' que no da bandazos es severo y coloca al ministro Grande-Marlaska en una posición delicada. Pero estar en minoría exige moverse continuamente y combatir la imagen del desgaste con iniciativa política.
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