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Que Dios te libre del día de las alabanzas». No sé quién lo diría primero, pero seguro que fue a un español. Porque en España, ... si te cae encima una catarata de elogios es que acabas de estirar la pata. Lo hemos comprobado una vez más con la desaparición de Alfredo Pérez Rubalcaba, el químico prodigioso metido a político que lo fue todo en los gobiernos del PSOE menos presidente aunque era el más capaz pero carecía de carisma o sea que era feo. El finado llevaba ya cinco años retirado de la política y digo yo que si los muchos reconocimientos a su trayectoria humana y política que le han dedicado de cuerpo presente fueran sinceros a lo mejor le hubiera gustado escucharlos en vida, pero ya se sabe que aquí a gobernante muerto, alabanza al rabo. En nuestro amado país decirle a un político, ni que esté jubilado, lo buena persona que es o lo bien que hizo las cosas sería de justicia si fuese cierto. Pero es que ni aunque lo sea se lo dirán. El afán del adversario es cargárselo políticamente (en España se lincha muy bien) y cuando palme de verdad ya lo elogiaremos.
En el caso del maquiavélico Rubalcaba, a nadie se le ha ocurrido recordar la desleal manipulación de la emoción nacional que orquestó en plena jornada de reflexión preelectoral tras la masacre del 11-M («Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta», dijo quien negó cien veces la relación del gobierno socialista con los GAL), su papel de Gran Hermano de las escuchas telefónicas masivas a través de SINTEL o el chivatazo al tabernero etarra del bar Faisán, pues el fin justifica los medios. Todo se olvida y perdona ante la muerte del «hombre de estado», como gusta calificar en España al expoderoso intrigante ante su corpore insepulto, más aún si es inesperada, rápida y antes de tiempo, que eso siempre impresiona mucho.
Pedro Sanz Alonso es quinto de un servidor, así que le deseo una larguísima vida. Pero algún día desaparecerá y quien entonces siga por aquí verá cómo incluso sus más entrañables enemigos se desharán en reconocer lo mucho que progresaron La Rioja y su capital durante los veinte años que gobernó por haber ganado cinco elecciones, cuatro de ellas por mayoría absoluta. En la lista destacarán logros tan emblemáticos como el aeropuerto, el soterramiento del tren, las nuevas estaciones, circunvalaciones de pueblos, el palacio de Deportes, el nuevo Las Gaunas, el Riojaforum, nuevos colegios y centros de salud, un hospital comarcal en Calahorra y otro en Logroño con el lujazo de todas las habitaciones individuales que ya quisieran muchos. Puede que entonces le pongan su nombre a algo incluso fuera de Igea y, por supuesto, en el velatorio del Palacete nadie tendrá el mal gusto de mencionar ni por lo bajini la peccata minuta del chalé de Villamediana. Dios le libre del día de las alabanzas, incluidas las de los presuntos suyos.
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