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No soy partidario de medir todo según su rentabilidad. Creo que hay cosas que han de ser, por su propia naturaleza, deficitarias. No me refiero a asuntos obvios, como la sanidad o la educación, en las que ni siquiera se puede (o se debe) hablar ... de déficit.
Hablo más bien de cosas como las comunicaciones o los servicios en zonas despobladas; como esos autobuses de línea que van y vienen con media docena de viajeros por esos pueblos de Dios. Seguro que pierden dinero a espuertas, pero cuando nos preciamos de luchar contra la despoblación también nos referimos a esto.
Dicho lo cual, creo que debemos empezar a pegarle una pensada al aeropuerto de Agoncillo, a si nos conviene, a si lo necesitamos, a si nos viene bien. A si, en fin, merece la pena desviar fondos públicos de otras cuestiones para mantener esa instalación.
He de decir que me empiezo a inclinar por el «no», tras unos cuantos años en el «no sé». O sea. Han pasado ya unos cuantos años de idas y venidas, y aquello ha acabado siendo una pista para que aterricen avionetas y para que operen los aparatos contra incendios, amén de media docena de vuelos chárter en todo el verano. Y todo eso, a costa de que los riojanos primero y el resto de los españoles después estemos pagando el coste de una instalación de necesidad cuando menos cuestionable.
A millón (o más) por año para lograr que Air Nostrum siga viajando se acaba sumando una pastizara más que regular. Y si es verdad que vienen curvas, más nos vale ir ahorrando en esas cosas, y reconocer que, en fin, el aeropuerto fue un sueño ligeramente megalómano de una región que ataba (o tempora) los perros con longaniza.
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