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A los que somos de pueblo (Alfaro) esto de San Mateo se nos hace un poco raruno. No se me malinterprete, que me lo paso pipa, pero las comparaciones son inevitables y hay cosas que no me cuadran. Por ejemplo, las críticas constantes a programación, ... precios, horarios... que oigo todos los años. No entiendo tampoco que la media de edad en el cohete sean los 16. Que cada año cambien las fechas y nunca nadie esté conforme. La locura con los días lectivos. Tampoco que haya tantos pañuelos. O que entre semana el ambiente muera. O que se haga una hora de cola para comer un trozo de pan con chorizo, que además hay que pagar. También me cuesta pillar lo de los conciertos. Siempre son polémicos y nunca están a la altura de lo que se espera de una ciudad. E incluso (reconociendo que me aburren soberanamente) me alucina lo de los encierros. ¿Qué es eso de unas fiestas riojanas sin vacas corriendo por la calle? En la redacción siempre se ríen porque digo que «si no hay vacas, no son fiestas».
A pesar de todo ello reconozco que me encantan los sanmateos. Por la calle siempre hay un mago, una charanga, una marioneta, un hombre-estatua. Puedes pasar una semana comiendo de pinchos sin repetir. Las peñas aparecen por cualquier esquina, a cualquier hora. Los DJ y verbenas se multiplican entre bares y plazas. ¡Ains!, y el Tragantúa, ese extraño ser que mi infancia nunca vivió pero seguro que me hubiera dejado huella. En Logroño todo hijo de vecino se queja de San Mateo. Constantemente. Pero reconocedlo, logroñeses. Esto mola.
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