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Parece que la pandemia se debilita. Si no fuera por lo impredecible que ha mostrado ser el virus, podría pensarse que se abre un nuevo horizonte en el que la vida irá volviendo a su cauce.
Pero las cosas han cambiado y hay que hacer ... frente a las consecuencias. El COVID-19, que nos ha puesto al límite, no ha desaparecido dejando profundas consecuencias y retos que afrontar. Los fallecidos, los que han sufrido COVID-19 aún recuperándose, las tareas a atender que pasaron a segundo plano, las secuelas mentales, el estrés del sistema sanitario y el panorama socioeconómico resultante son su huella. Algunas ciudades, como Barcelona, hacen recuento de la mella poblacional: en 2020 las defunciones (18.926) se dispararon un 31,7% alcanzando un pico histórico desde 1900 (salvo en la Guerra Civil y la gripe española), la tasa de natalidad cayó un 6,4% respecto a 2019, dejando tras sí una pérdida del 0,4% de población en un año. La OMS advertía de la fatiga pandémica que toma forma: según estudios europeos, los escolares han tenido pérdidas en el desarrollo cognitivo y aprendizaje, con otras consecuencias menos estudiadas como la ciberpatología en edades tempranas y adolescencia; la depresión y angustia han aumentado entre los adultos españoles un 25%-30%, especialmente entre mujeres, según un reciente informe publicado en Lancet; etc.
La economía, maltrecha, se reactiva: en España el PIB aún está un 5,7% por debajo del nivel prepandemia y el número de afiliados a la Seguridad Social (sin contar los ERTE) también (0,9%), aunque no se prevé que recupere los niveles de 2019 hasta mediados del próximo año, según informe de CaixaBank. La brecha económica y el aumento de desigualdad aún es 1,3 puntos superior al nivel pre-COVID, aunque vaya recuperándose.
El reto sigue en pie. Es preciso reforzar un sistema sanitario, todavía estresado y abrumado por lo pendiente, que debe atender patologías que aparentemente disminuyeron su presión: cáncer, enfermedades cardiorrespiratorias, dermatológicas, etc., y la incidencia de otros virus que han circulado con menor intensidad debido a las medidas barrera y de restricción social, como la bronquitis o la gripe. Es preciso cuidar dificultades de salud y educación especialmente en la infancia que, en la contención de la pandemia, han sido relegadas. Todo ello afrontando la llegada de un crudo invierno con una palpable crisis energética y pensando que la lucha contra el COVID-19 ha podido aportar una noticia positiva: la vacuna de ARN mensajero
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