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Atravesamos malos momentos. Desde 2008 acumulamos crisis sucesivas que pasan factura a nuestra vida; se acabó aquel período optimista de crecimiento y estabilización económica y democrática. En plena hiperglobalización, la pandemia abrió una crisis sanitaria fragilizando vidas, valores y la economía; sin recuperarnos de ella, ... la situación se ha agudizado con la crisis energética provocada por la invasión rusa de Ucrania. Una guerra distinta a otras, como las libradas en Siria o en el Golfo Pérsico, porque tiene lugar en Europa y entre países productores en mercados clave como el gas, petróleo, minerales o cereales; una guerra que remacha el clavo existente, haciendo planear nuevamente el fantasma de la estanflación. La demanda de materias primas aumenta, crece la inflación y los tipos de interés, y comienza a plantearse cuál será la divisa del nuevo mercado mundial: el dólar, el euro o quizás otra como el yen chino.
El augurado cambio de ciclo geopolítico está en marcha; la guerra económica también, con alto coste para el ciudadano medio que cada vez tiene mayor evidencia del aumento de la carestía de vida, la drástica reducción de capacidad adquisitiva, la escalada del precio de carburantes y energía e, incluso, de la escasez o del 'racionamiento' de productos básicos enmascarado tras la política de limitar su compra para evitar abusos, o la histeria colectiva por su carencia. En España la inflación bate récords, es la mayor de Europa (9,8% versus el 7,5% de media europea), la deuda exterior aumenta (más de 1,5 billones según expertos) y la gestión de los fondos europeos recibidos es dudosa. Lo peor es carecer de respuesta a cuestiones como: ¿hasta dónde llegará esta coyuntura?, ¿hasta dónde subirá el coste de la luz o de los carburantes?, ¿hasta dónde alcanzará el nuevo racionamiento adquisitivo de productos?, ¿hasta dónde se enfilará la deuda pública?, ¿y los impuestos?, etc.; o, más preocupante, ¿cuándo encontrará el sistema político el punto de equilibrio entre la realidad y las medidas necesarias dejando de subestimar las consecuencias de decisiones erróneas que acabamos pagando todos? ¿persistirá en errores en su deriva política?, ¿es realista, en esta coyuntura, mantener 22 ministerios con los costes que supone?, ¿es conveniente sostener algunas políticas recientes de gobierno en lugar de afrontar prioridades sobrevenidas?
Ucrania sufre cruelmente en defensa propia, mientras nuestro sistema de vida se tambalea; la clase media merma y la pobreza se extiende preocupantemente. Un panorama con más dudas e inestabilidad que certezas.
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