Actual

Uno de los deportes recurrentes durante las semanas previas al Actual consiste en hacer quinielas sobre cuál será el programa. Cuando el cartel se desvela y todos aciertan (unos por descarte, otros por sobredosis de posibilidades) llega el turno de la gimnasia de la ... queja y el refunfuño. Encontrar a alguien que aplauda sin reparos la apuesta de cada año se hace prácticamente imposible y la mayoría tuerce el morro con más o menos estridencias por lo que podría haber sido y no fue. La intensidad del lamento es proporcional a la edad de su dueño. A más canas, mayor acritud. En esta categoría están -¿estamos?- para los que Actual y el precedente de Iberpop eran, más que un festival, la oportunidad casi única de disfrutar de la música vetada a tantas capitales de provincia durante el resto del año. Lo que ahora es moneda común entonces suponía una excepción, de manera que la administración ejercía una labor casi de servicio público acercando aquí lo que la iniciativa privada no podía plantearse ni de lejos. A aquel contexto se suman los años. Los muchos menos que tenían los que ahora repudian las bandas que llegan a Logroño los primeros días de enero, quiero decir. Lo que subyace en esa disconformidad es añoranza. Una nostalgia pesada que impide ver que aquella histórica actuación de Actual no está cincelada en la memoria sólo por cómo fue, sino por cómo la recuerda quien la vivió asociada a una juventud efervescente y ansiosa. Lo mejor para que la morriña generacional no nuble el presente es bajarse del carro de los prejuicios. Desistir de los fantasmas de un pasado irrepetible y oír lo que toca con la única pretensión de disfrutarlo y abrir la puerta a conocer lo desconocido.