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Este jueves, mientras me daba un garbeo por el Casco Antiguo de Logroño, coincidí con tres amigos y con una conversación que de vez en cuando aflora entre la ciudadanía riojana: las mediocres comunicaciones de esta tierra. Alrededor de tres cafés y una infusión, uno ... de ellos parlaba de que un sobrino que actualmente habita en Madrid se queja continuamente de la lejanía existente entre esa capital y la tierra riojana. Yo supongo que el muchacho ya sabía en qué berenjenal se metía y, por otra parte, el prudente lector habrá comprendido desde el inicio que la contrariedad no proviene tanto de la distancia sino de la inconsistencia de dichas comunicaciones.
Opinan mis tres compadres que el tema de las rutas en estas tierras es tabú desde los tiempos en que la célebre autopista naciera deteriorada por las ventajas otorgadas a la concesionaria. Piensan, además, que La Rioja, comunidad autónoma simpática, bien situada económicamente, poseedora de una ciudadanía crítica y localizada junto a otras comunidades ejemplares en defender sus derechos, no ha tenido suerte al haber elegido el camino de la corrección y sumisión suma en sus negociaciones con los sucesivos Gobiernos de Madrid. Los tres manifestaban la impresión, seguramente equivocada, de que una buena parte de sus diputados y senadores, tan amantes teóricos de su tierra y de las prácticas y folclóricas chuletillas al sarmiento, han sido demasiado crédulos en las promesas -entre sonrisitas ministeriales- madrileñas. No querían pensar que sus políticos no se tragaban esas trolas porque, si era así, ¿qué han hecho en materia de comunicaciones en treinta y tantos años?
Por mi parte, ignoro a qué viene que tanto paisano alejado de esta su pequeña patria afirme que cuesta tanto llegar hasta aquí. Por ahora, parece ser que la única solución es bien sencilla: que no se vaya nadie o que no vuelva. Muchos compatriotas actuales ya se la tienen tragada hace tiempo en esto de las comunicaciones: ajo y agua; por si hay un solo bebé que no entiende la frase en nuestro valle del Ebro o en nuestras sierras, incluida la de Alcarama, se la traduzco: a joderse y a aguantarse.
Y a los que se han ido a Madrid o a Europa a cobrar sueldos mejores de los ingresados aquí, mi más sincera felicitación; estoy convencido que desde esas formidables plataformas laborarán con tesón -como tantos de sus antecesores- por sacar a su tierra del bache en que se halla entorcada. Yo, por si acaso -ya se lo comuniqué el año pasado-, me he comprado un avión personal. Me va de bien... Suerte.
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