Al confirmar el año pasado que no se celebraría San Bernabé, se coincidió en un brillante razonamiento. La pandemia obligaba a prescindir de las fiestas de 2020 para, precisamente, poder celebrar las de 2021. La situación sanitaria a consecuencia del virus era más que preocupante, ... y nada había menos conveniente que concentraciones de gente para empeorarla y prolongar el drama sin fecha límite. Apenas se cuestionó la medida en una muestra más de responsabilidad colectiva, mientras a la vez quedó en el ambiente la esperanza de que todo quedaría en algo pasajero, un paréntesis puntual.

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Doce meses después de aquella decisión, la noticia se repite: San Bernabé tampoco tendrá lugar este año. O al menos, no en el formato acostumbrado de calles repletas, encuentros masivos y jolgorio sin distancias. En el subtítulo queda dicho sin explicitarlo todavía que correrán la misma suerte el resto de festividades que tantos pueblos tienen subrayado en rojo en sus calendarios los próximos meses. La contumacia del COVID ha hecho que esta vez se prescinda de la apelación a la confianza en que, de ser pacientes, en 2022 se regresará al escenario tradicional. La pandemia se está demostrando trágicamente virulenta y a la vacunación parece quedarle un buen trecho para afianzarse. Todo indica que, aun llegada una cierta estabilidad, la esencia de las restricciones de hoy se quedarán para siempre entre nosotros en forma de mascarillas, miedo, prevención constante y la certeza de que eventos como San Bernabé ya nunca serán como fueron en el pasado.

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