Los abuelos, reserva de la sabiduría
IGLESIA ·
Secciones
Servicios
Destacamos
IGLESIA ·
Yo siempre he pensado –y así lo he escrito más de una vez– que la figura espléndida, simpática y cercana del papa Francisco difícilmente puede ser comprendida del todo sin la historia de su abuela Rosa. El Pontífice se ha referido en varias ocasiones a ... ella con recuerdos tan aleccionadores como los siguientes: «Cuando alguien llamaba a su puerta para pedir ayuda, nunca le despedía con las manos vacías», o «era una luchadora, una mujer apasionada y muy valiente», o «el dolor se convirtió en ella en su encuentro personal con Dios». Francisco ha recordado estas cosas de su abuela Rosa que son muy de agradecer. Son la salsa de la vida.
En cada uno de nosotros es absolutamente necesario distinguir aquello que constituye lo que llamamos la ciencia de aquello otro a lo que llamamos la sabiduría. La abuela del papa, como mi abuela Vicenta y las abuelas de todos los que yo conozco y trato, han estado dotadas no tal vez de ciencia, sí de sabiduría. La palabra sabiduría no hace referencia solo al saber, sino sobre todo al sabor, a saborear, a saborear el sabor de la vida, y no es una redundancia. La vida tiene un sabor que se acaba apreciando con los años. Por eso, de los jóvenes se puede decir que «disfrutan de la vida» –por sus condiciones de edad y de salud–; de los mayores, hay que decir que «saboreamos» la vida, por la experiencia de lo ya vivido.
Estos días estoy frecuentando el Hospital San Pedro. Y a fe que me están tratando –como a los demás– sencillamente muy bien. Y yo a menudo me pregunto: «Todo este complejo ¿quién lo ha hecho posible? ¿Los políticos de hoy, los de ayer, los del tiempo de la Transición, los del tiempo de Franco?». Y me respondo con meridiana claridad: «No señor, ninguno de ellos. Lo han hecho mis padres, mis abuelos, los suyos, amable lector o amable lectora, los abuelos de todos nosotros, con su trabajo, con sus impuestos que siempre los ha habido, con su sudor, con su hambre, con su tenacidad, con su amor a la vida, y con su empeño por dejar lo mejor para sus hijos y nietos, que somos nosotros. Y todo porque ellos, en los años cuarenta, después de una guerra atroz entre hermanos y una guerra mundial que dejó a todo el mundo para el arrastre, aquellos hombres y mujeres que no quisieron ni fueron culpables ni de una atrocidad ni de la otra, estaban tan empapados del sabor de la vida, tan apegados a la vida, que pusieron los fundamentos para que un día hubiera seguridad social, sanidad y educación para sus hijos y nietos y para todos». Esta es la verdad de la buena.
Hay en la Iglesia católica un señor que ya va para los 94 años al que todos consideramos un poco como el abuelo de todos los creyentes. Se trata de Benedicto XVI al que los protestantes, los ortodoxos, los luteranos, los anglicanos del mundo entero consideran como un verdadero fenómeno intelectual. Se lo oía yo hace unos días a un cura que lleva años trabajando en la rica, moderna y sobrada Finlandia. En este país –la creme de la creme para PISA– las confesiones religiosas cristianas son muy apreciadas y valoradas por lo que contribuyen al bien común y al buen hacer de la ciudadanía, no como en la vieja Europa donde no se sabe bien si vamos o venimos o estamos de vuelta. ¡Ay, las viejas y rancias ideologías!
¿Por qué razón no acabamos de dar a los abuelos el protagonismo que les corresponde? Yo los veo todas las mañanas con los nietos y nietas de la mano camino de los Escolapios y de la Enseñanza. Y veo orgullo y cariño en sus gestos y en sus ojos llevando a los suyos de la mano, como indicándoles el rumbo, el rumbo de la vida que nunca deben perder. A mí, ya abuelo casi también, me recuerdan que la vejez no es una calamidad sino un don, una etapa de la vida que no es la tercera ni la cuarta, es la que toca porque Dios así lo ha determinado con gran amor y mucha sabiduría.
Quiero terminar diciendo a los jóvenes desde mi experiencia de persona mayor que tengan ambiciones sabiendo que una vida sin amor es una vida vacía y árida; que si sienten temor y aun angustia ante el futuro que les espera podrán vencer ese temor ya que otros que nos han precedido ya lo vencieron; que no se enamoren demasiado de sí mismos porque hay más alegría en la vida en dar que en recibir.
Por todo esto y por más, nuestros abuelos son la reserva de la auténtica sabiduría. No lo echemos en saco roto.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.