El fin de semana recibió una lluvia de felicitaciones navideñas llenas de buenos deseos, frases de mazapán, hojas de acebo y algún niño Jesús. Se acordó de cuando la mesa de trabajo y la del salón de estar se le llenaban de sobres pequeños que ... iba abriendo con ceremonioso ritual. Jugaba, primero, a descubrir al remitente. Las que llevaban la dirección escrita a mano facilitaban esa tarea. Si eran letras calibradamente redondas, de alguna amiga de la adolescencia, de cole de monjas. Todas conservaban esa marca de origen. Si la caligrafía era trémula, de las tías de las que solo sabía en estas fechas y en los réquiems familiares. Él disfrutaba abriendo los sobres, descubriendo mensajes de paz y amor y ordenando luego las postales de pastorcillos, de belenes o de paisajes nevados sobre el aparador. El fin de semana recibió muchas felicitaciones pero ningún sobre. Casi todas, un pdf; algunas, el mismo pdf, y poco más. El ritual ahora es menos ceremonioso y mucho más triste: clic para abrir mensaje... clic para eliminar mensaje.
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