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Dos días después de la cita con las urnas, Pedro y Pablo se fundían ayer en el que sin duda es el abrazo más caro de la historia. A escote todos los españoles habremos abonado más de cien millones de euros, que son lo que ... cuestan unas elecciones generales, y todo para ver cómo los líderes de PSOE y Podemos alcanzaban un preacuerdo de gobierno, sellado con un apretón de manos que, no olvidemos, no es suficiente. La aritmética parlamentaria no está de su parte y entre ambos sólo suman 155 de los 176 escaños que marcan el punto de inflexión entre la mayoría absoluta y la nada más absoluta.
La urgencia por acercar posturas y sortear obstáculos hasta el domingo infranqueables que condujeron irremediablemente a unas nuevas elecciones, no tiene otra lectura que ser un burdo intento de Sánchez por apaciguar el ánimo de los votantes para que recuperen la confianza en los líderes de las principales formaciones políticas. Cabecillas que si estuvieran en la empresa privada, sin lugar a dudas, estarían hace tiempo engrosando la fila del paro y no relamiéndose unos y lamiéndose las heridas otros y sí encadenados, salvo Rivera, a la primera línea política.
Dicho esto y viendo la escasa altura de miras y el poco sentido de estado que han demostrado, es difícil saber qué ocurrirá ahora, una vez que Pedro y Pablo se han fundido en el abrazo de Judas. Un gesto que, de sumar más apoyos, convertirá el Gobierno de Sánchez en el reinado de Pipino El Breve y no precisamente por su baja estatura.
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