El desbocado encarecimiento de la energía en los últimos meses ha encendido las alarmas en Europa. La virulencia de la subida de precios y la constatación de que no se trata de un fenómeno tan pasajero como se había previsto hacen ineludible la adopción de ... medidas urgentes por parte de la UE. No basta con las rebajas de impuestos para aminorar el impacto de esa escalada en el recibo de la luz. De hecho, la incidencia de tales iniciativas se ha visto absorbida casi de inmediato por las persistentes y aceleradas tensiones alcistas en los mercados internacionales. La Unión no puede esperar de brazos cruzados a que estos normalicen por sí solos una situación excepcional que ha elevado la inflación al nivel más alto en trece años y que, de prolongarse, amenazará la recuperación económica tras la pandemia. Las economías domésticas ya están notando en sus cuentas una presión que pronto repercutirá en otros productos, alguno tan esencial como el pan, cuyo encarecimiento ya consideran inevitable los panaderos riojanos. Las presiones de varios países –entre ellos, el nuestro– y la tozudez de los hechos parecen haber convencido a la Comisión Europea de la necesidad de intervenir, frente a la pasividad exhibida hasta ahora, en un asunto de vital relevancia que requiere una respuesta global. La disparada factura de la electricidad ha desatado el nerviosismo. En su origen está básicamente la carestía del gas, azuzada por unas reservas bajo mínimos y problemas de abastecimiento por razones geopolíticas, mientras se aviva el temor a un invierno crudo. La UE deberá resolver sus diferencias internas sobre qué actuaciones emprender. Sobre la mesa figuran desde la creación de una plataforma conjunta para la compra de gas con el objetivo de reducir su coste a desvincular esta materia prima del proceso de formación del precio de la luz, en el que tiene un peso determinante junto a los derechos de emisión de CO2, también al alza.
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Resulta insostenible una situación en la que el precio de la electricidad pulveriza un récord histórico tras otro en los mercados mayoristas, hasta multiplicar por seis el de hace un año, sin que se vislumbre en el horizonte un cambio de tendencia. Ni las familias, ni la competitividad de las empresas ni el pujante crecimiento económico tras el virus están en condiciones de resistir un embate de esa magnitud. Es de esperar una rápida respuesta de la UE que esté a la altura de la gravedad del problema. Actuar tarde o con timidez tendría efectos más que preocupantes.
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