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Alas 9.30 horas de ayer, tras una larga y penosa enfermedad y habiendo recibido los santísimos sacramentos, falleció mi móvil.

Celebré sus exequias en la intimidad y fui a la tienda. Comprobé con nostalgia que aquellos hermosos nombres que un día nos parecieron la ... vanguardia del progreso (¡Nokia! ¡Motorola!) sonaban ahora remotos y polvorientos, así que ante mí se desplegaron varios aparatos orientales, alargados y futuristas. Decidí comprarme un Xiaomi. No lo hice por sus prestaciones ni por su precio, sino por la excitante perspectiva de ser espiado por el gobierno chino.

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