Secciones
Servicios
Destacamos
Alas 9.30 horas de ayer, tras una larga y penosa enfermedad y habiendo recibido los santísimos sacramentos, falleció mi móvil.
Celebré sus exequias en la intimidad y fui a la tienda. Comprobé con nostalgia que aquellos hermosos nombres que un día nos parecieron la ... vanguardia del progreso (¡Nokia! ¡Motorola!) sonaban ahora remotos y polvorientos, así que ante mí se desplegaron varios aparatos orientales, alargados y futuristas. Decidí comprarme un Xiaomi. No lo hice por sus prestaciones ni por su precio, sino por la excitante perspectiva de ser espiado por el gobierno chino.
Aunque no estoy en Twitter (y bien que le jode al del pajarito), hasta la fecha me espiaban don Zuckerberg y el señor Google. Quizá también Bill Gates. Seguro que la CIA controla ya mis movimientos más íntimos y ha intercambiado mis datos con esos cabrones del Mi6.
Pero, de pronto, al encender mi Xiaomi nuevecito, sentí que se me clavaba en la frente la mirada gélida de Xi Jinping y descubrí que por fin me había convertido en un problema geopolítico. ¡Ya quisiera Fidel Castro haber tenido en su vida tantos ojos encima! Por la noche, cuando me acuesto, me imagino a un oscuro funcionario chino en un sótano de Pekín buceando en los intestinos de mi móvil, reprimiendo exclamaciones de sorpresa y, finalmente, despertando a las cinco de la madrugada al presidente Xi:
–¡Señor presidente, levántese! ¡He descubierto algo! ¡Los padres de Primero de la Eso de un instituto de Logroño no saben qué libro de Biología comprar a sus hijos!
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.