Como solemos quedarnos en la espuma de las cosas, a los periodistas se nos está escapando el asunto más importante que ha revelado la crisis interna del PP: tenemos un grave problema con los espías. Quizá sea hora ya de afrontarlo como país, Pedro, ahora ... que nos llegan los fondos europeos y Bruselas no va a permitir que nos lo gastemos todo en chopitos y cañas, como hubiera sido deseable. No puede ser que el Reino Unido tenga a James Bond y nosotros a Carromero. Ese golpe tan devastador para la marca España no lo levanta ni Nadal ganando otra vez Roland Garros.

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Uno se imagina en la convención anual de espías a los herederos de la KGB, hombres de mirada gélida y gestos precisos, diluyendo con soltura polonio radiactivo en botellitas de agua mientras sus colegas del Mosad procesan ochenta mil terabytes de información en todos los idiomas del Medio Oriente y luego les pasan bajo cuerda los datos a los franceses de la DGSE, apuestos e impasibles, entrenados en la observación minuciosa de sus objetivos, que advierten con envidia cómo los americanos se sacan de la manga unos minúsculos artilugios de miles de millones de dólares y aquello se convierte en una apoteosis de luces infrarrojas y drones invisibles y cámaras de visión nocturna hasta que, de pronto, asustados por el vocerío, todos ellos alzan la vista y comprueban con horror que acaban de entrar en la sala Carromero y Villarejo, con los microchips cayéndoseles de los bolsillos y las carpetas llenas de papelotes con manchas de aceitorro, mientras piden a gritos al del bar dos carajillos y unos pinchos de tortilla.

Algo tenemos que hacer, Pedro. Qué sé yo, por lo menos un grado medio de FP.

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