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Un motín carcelario es la situación más temida por el funcionario de prisiones. Aunque el apoyo tecnológico actual ayuda a que se prevengan y ya no suceden como en los ochenta y noventa, todavía hay intentos de sublevación por parte de algunos presos. «Los internos ... se quieren hacer con el control del módulo o un número considerable del centro no quiere obedecer las órdenes», explica Marcos Álvarez, funcionario de prisiones ahora destinado en Picassent y que resultó herido en una de estas revueltas. «Cinco o seis internos se atrincheraron en el comedor del módulo y animaron al resto a hacerse fuertes allí. Intentaron pelear a los funcionarios y quedarse con el espacio».
En el intento de aislar a los reos, les recibieron con una «agresividad exagerada». A él le fracturaron un dedo cuando uno de los amotinados le golpeó, mordió y en otro arrebato le dio en el dedo. En lo sucesivo, Álvarez, como la mayoría de los funcionarios de prisiones, seguiría arrostrando la violencia.
Las situaciones que implican violencia por parte del condenado hacia quienes lo custodian se salda, en los primeros 116 días de este año, con 39 funcionarios lesionados. Uno cada tres días. En 2022 los partes médicos por estas actuaciones en centros penitenciarios cerró en 453 agresiones, «una cada 19 horas» aquel año, calcula el sindicato Acaip-UGT.
Aun cuando «estos datos no reflejan todas las incidencias que se producen en una prisión, tan solo aquellas en las que el trabajador requiere asistencia médica, tenemos una tendencia similar a la del año pasado, aunque estas son cifras extraoficiales obtenidos por comunicación directa de los centros», expone Joaquín Leyva, portavoz de Acaip.
A final de año saldrá el balance oficial. «Las de este año son golpes en la cara con puños o brazos, sobre todo en Melilla, con el interno que se intenta autolesionar con objeto punzante y cuando van a socorrerle, le atacan», prosigue Leyva. «O cuando le prenden fuego a la celda y cuando van a sacarle lleno de humo, les agrede. La mayoría son luxaciones, alguna rotura de dedo o hueso pequeño y hematomas».
Las agresiones verbales y las físicas leves no se reseñan. El sindicato lo atribuye a que los «medios de protección» usados para prevenir y repeler estas agresiones no han sido actualizados. «Existen medios más ligeros y efectivos que los que se suministran, y a menor coste económico», alerta Acaip en un comunicado. «Con escasos minutos de diferencia» en una guardia se pueden presentar un «intento de suicidio, una agresión o un incendio, además de las tareas habituales».
Las situaciones pueden complicarse en segundos. Como la que vivió Álvarez en Castelló II. Relata que un interno de primer grado, de los que viven solos en sus celdas con poco contacto con los demás presos, «se atrincheró en su celda, rompió los cristales y se los amarró como empuñadura alrededor de la mano». Álvarez entró con uno de sus compañeros para reducirlo. «Corría riesgo su vida. Al entrar le clavó uno de los vidrios por debajo del brazo a uno de ellos. Tuvo suerte. Lo que quería hacer era pincharle el costado para matarlo». En estos microuniversos de las cárceles, las agresiones no cesan.
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