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Una joven pasea frente a la iglesia de Salto de Castro, en los Arribes del Duero, el pueblo zamorano vendido a un constructor que quiere levantar un hotel. EFE
Vendo aldea por 260.000 euros

Vendo aldea por 260.000 euros

La venta de pueblos enteros abandonados se abre paso en los catálogos de las inmobiliarias, que ya ofertan más de 200. Constructoras, fondos de inversión y hasta familias, muchas de ellas extranjeras, están entre los nuevos compradores

Domingo, 27 de noviembre 2022

Amanece y una cenefa de niebla se despereza sobre el robledal. Hacia el este se extienden Los Oscos, y más al norte la ría del Eo, que marca la frontera natural entre Galicia y Asturias, en plena Reserva de la Biosfera Natura 2.000. La aldea permanece en silencio, alterada solo por el trino de los zorzales que anidan en el suelo o de los mirlos que buscan abrigo en balcones y jardineras. Consta de seis casas, pajar, dos hórreos y una bodega con horno de hacer pan. La luz y el agua llegan a algunas viviendas, a otras no. Tiene tres traídas de agua: una municipal, otra particular y un pozo de barrena que goza de buena salud. Acceso asfaltado; alcantarillado o fosa séptica, a elegir. Hablamos de 600 metros cuadrados edificados y un precio por debajo de los 85.000 euros. Vamos, lo que cuesta una plaza de garaje en el barrio madrileño de Malasaña.

La aldea, por cierto, ya tiene dueño. Así, en singular. Un inversor madrileño, cuyo nombre guarda en secreto la inmobiliaria, con el mismo celo con que se niega a revelar el nombre del enclave, por aquello de que se acerque alguien sin escrúpulos y robe o vandalice. ¿Un fenómeno aislado? Cada vez menos. Ahí está la actriz Gwyneth Paltrow, recomendando a través de su portal de estilo Goop comprar una aldea gallega como regalo navideño, en la estela de lo que antes hicieron Johnny Depp, Elon Musk o Ed Sheeram en Francia, en Texas, en Inglaterra. Sólo Aldeas Abandonadas, la empresa que ha cerrado la operación en las inmediaciones de Pontenova (Lugo), tiene en venta 139 núcleos repartidos por toda la geografía nacional, aunque admiten que fuera de catálogo esa cifra se eleva hasta los 200. Veintidós ofertas en la provincia de Lugo, 12 en La Coruña, añadan 21 en Cataluña, 20 en las dos Castillas, 7 en Aragón y Rioja...

Elvira Fafián, gerente de la firma, extiende hasta Galicia los límites de esa España vaciada que ha vuelto a desaparecer del debate público. Califica lo que está ocurriendo en esa comunidad de «auténtico boom, cuando antes era la gran desconocida y muchas casas ni siquiera figuraban en el registro».

Lo de la venta de aldeas abandonadas todavía dista mucho de ser algo habitual, pero existe una tendencia que aunque viene de tiempo atrás ha ganado enteros con la pandemia. La semana pasada fue Salto de Castro (Zamora), un antiguo poblado levantado por la eléctrica Iberduero para sus trabajadores que ahora languidece en los Arribes del Duero, el que estrenó dueño. Medio centenar de casas, escuela, bar... hasta una iglesia. 260.000 euros pagó por él FAOS, una constructora de Toledo con experiencia en rehabilitación de edificios históricos, interesada en construir un hotel y convertir la zona en un espacio turístico. Sus antiguos propietarios, a los que golpeó la crisis de 2008 arruinando sus planes, habían llegado a pedir por él 6,5 millones. Hasta la BBC se ha interesado por el caso, que se podrá beneficiar de ayudas de la Junta de Castilla y León.

Hace un mes, la noticia saltaba en Segovia, donde la inmobiliaria Segodomus había logrado vender la aldea de Matandrino –13 edificaciones en estado ruinoso a la sombra de Somosierra– «a un grupo inversor que se ha propuesto construir allí un proyecto de turismo rural», explica Jorge Ayuso, su gerente, que cerró la operación por 100.000 euros. En aquel páramo, sin luz ni por supuesto conexión a internet, el agua se obtiene hoy por hoy de un pozo y hay que irse hasta la vecina Prádena para engancharse a la red general.

Sociólogos y antropólogos dudan de que esta nueva tendencia ayude a acabar con la España vacía

El perfil del comprador de pueblos abandonados no es muy variado. Seis de cada diez son extranjeros –norteamericanos, suizos, alemanes; franceses no tanto como hace diez años–, desde los que ven en la operación una oportunidad económica hasta familias embarcados en la aventura de recuperar sus raíces, encantadas con la idea de reunir al clan y que cada uno se pueda acomodar. «Antes venían y compraban una aldea, ahora tenemos el caso de unos inversores argentinos que adquirieron tres de golpe en los alrededores de Pontenova». Muchos lo ven como un valor refugio.

Se comienzan a vender «aldeas con mucho terreno, lo que aumenta su atractivo en un momento en que los Fondos Europeos están subvencionando repoblaciones de pino o de castaño». Entre los que muestran interés hay también jóvenes de fuertes convicciones ecologistas y urbanitas, «a quienes la pandemia y el teletrabajo animaron a cambiar un entorno estresante por otro más amable».

Más caro reparar que comprar

El abanico de precios es amplio y depende del estado de los materiales, la ubicación –no se cotizan igual Teruel o Soria que Pontevedra o La Coruña– o contar con una carretera asfaltada. Desde un poblado con cinco edificaciones y dos hectáreas de terreno por 60.000 euros hasta otro en el norte de Navarra, a 6 kilómetros del Camino de Santiago, con 3.000 metros de edificabilidad –ocho edificaciones, iglesia, almacenes, corrales– y 320 hectáreas, por el que piden 1,6 millones. Los hay que incluso más.

Las aldeas, sin embargo, siempre están por debajo de su precio, «necesitadas como están de reformas de calado que a veces triplican y hasta cuadruplican la inversión inicial», relata María Matos, experta inmobiliaria. «Siempre, siempre hay negociación». No son operaciones para quien anda con prisas. Se puede apalabrar una venta, pero no cerrarla hasta el año siguiente. Y muchas se quedan en el camino, porque dar salida a estos pueblos es una tarea ardua y devolverles la vida tiene mucho de desafío. Por no hablar de los problemas de financiación que plantean este tipo de operaciones si el comprador no tiene liquidez, dicen en Aldeas Abandonadas, donde pueden concretar «seis ventas» en un año.

«Cuando abordamos una operación de este tipo pedimos a quien venga que lo haga con un proyecto que podamos luego presentar al Ayuntamiento, por ejemplo para pedir subvenciones», explica Elvira Fafián. Hay que bucear entre papeles, usufructos, herencias... Batirse el cobre con dos hermanos, el uno que vive en Madrid y el otro en Argentina; pelear con el vecino que reclama una linde o con el consistorio remiso a ampliar la carretera o la ruta de recogida de basuras. «Trabajamos desde la convicción de que hay que ayudar a la gente. Si no hay mediación profesional, es una pesadilla».

«Cuando el ayuntamiento no tiene interés en restaurar estos enclaves o no puede permitírselo, salen a la venta –señala Matos–. Pero ese es sólo el comienzo de un proceso muy complejo». No se refiere sólo a largar agua o luz, o a poner de acuerdo a los herederos. Hay que solicitar la cédula de habitabilidad, informes técnicos para determinar el estado de la vivienda, si se puede ampliar o compartimentar...», abundan desde Fotocasa, que anunció el año pasado un pueblo cercano a Camarasa (Lérida) –siete casas, piscina y cancha de tenis. Precio: 1 millón– y que hace cuatro, después de dos años de negociaciones, vendió la ille d'en Colom, en Menorca, por 3,2 millones a un multimillonario norteamericano que se había encaprichado de este rincón ubicado en un parque natural.

¿Segunda oportunidad?

La despoblación de núcleos rurales está en el origen del surgimiento de cientos de pueblos fantasma, muchos puestos a la venta «para darles una segunda oportunidad», señalan en la web del Idealista. Pero no todos están de acuerdo con esa opinión. Sociólogos, antropólogos o escritores como Sergio del Molino, que acuñó el término de la 'España vacía', discrepan de que la venta de núcleos abandonados sirva para devolverles su carácter original.

Jesús Prieto Mendaza, antropólogo de la Universidad de Deusto, coincide en que hay una fuerte llamada de la tierra y que los meses de confinamiento han alentado ese deseo. «Pero para una familia comprar un pueblo entero, apartado, donde los servicios que demanda una sociedad del siglo XXI son más limitados, ni es habitual ni resulta fácil», y circunscribe el interés que suscitan estas iniciativas a promotoras, constructoras o grupo de cooperativistas... «iniciativas a las que guía un interés económico».

«Creo que estos movimientos tienen más de puntilla que de recuperación efectiva de terrenos desolados –dice Del Molino–. Tienen que ver por lo general con el aprovechamiento de las tierras y los usos turísticos, y así no se recupera una comunidad, no se revitaliza. Más allá de la imagen romántica, de la vuelta a las raíces, es una realidad inasumible fuera de un espíritu fuertemente comunitario. Y eso no se logra desde un fondo de inversión, un resort turístico o abriendo un coto», dice el escritor. Ocurrió así por ejemplo en El Colladico (Teruel), que pasó de tener una iglesia bajo la advocación de Santa María Magdalena a albergar un coto privado donde se crían ciervos para monterías.

Eva Puente Maya, socióloga y autora del blog 'Puebleando', va más allá. Considera que iniciativas de este tipo resultan peligrosas y las vincula a la gentrificación que ha hecho mella en los centros históricos. «Sólo nos falta que se traslade ahora al medio rural. A menudo olvidamos –dice– que la España vaciada no lo es tanto porque falten personas sino servicios, un escenario que propicia la especulación, la entrada de fondos de inversión que buscan un beneficio pero a los que la recuperación del medio rural les importa poco o nada».

Al detalle

  • 139 núcleos deshabitados ofrece Aldeas Abandonadas Inmobiliaria (la cifra alcanza los 200 con enclaves fuera de catálogo). Galicia lidera ese ránking, con 48 enclaves a la venta (22 sólo en Lugo). Le siguen Extremadura y Andalucía con 23, y Cataluña con 21.

  • 53% del territorio español está habitado por menos del 15% de la población. Los pueblos fantasma son consecuencia directa de ese escenario de despoblamiento progresivo y envejecimiento de la población.

Gorka ayuda a sus hijas a bajar de la furgoneta en la calle de Melledes donde se levantaron media docena de chalés. Rafa Gutiérrez Garitano
  1. Melledes, el pueblo alavés abandonado que renació

Hay historias que parecen condenadas al fracaso y se acaban imponiendo con la naturalidad que da la costumbre. Ocurrió en Melledes, Álava, en 1988, y su promotor fue la asociación gitana Gao Lacho Drom. Buscaba un lugar donde impartir talleres de albañilería y forjado y se fijó en este poblado, habitado por un único vecino que bajaba al pueblo sólo los fines de semana. Compraron la aldea –a 5 minutos en coche de Miranda de Ebro, a 20 de Vitoria– a dos contratistas por 4 millones de pesetas. De ahí salió un compromiso con el Gobierno vasco y luego con la Diputación, que se tradujo primero en programas de desintoxicación de jóvenes gitanos y con el tiempo en la creación de una junta administrativa dependiente del ayuntamiento de Ribera Baja.

Bartolomé Jiménez fue presidente de esa junta. «Vendimos una parcela donde se edificaron seis chalés y el pueblo experimentó un giro de 180º». Ya no eran sólo el centro social, un pajar, el bar. «Se construía todo nuevo. La Administración ha asfaltado carreteras, traído luz y agua... Cualquier día ponen el internet ese». Empezaron a llegar vecinos y ahora hay más payos que gitanos, dice Bartolomé, que no oculta su orgullo. Eso sí, «agricultores pocos, todos trabajan fuera». ¿Qué buscan? «Tranquilidad». Y aquí la tienen.

Un ejemplo de convivencia

«Somos alrededor de 25 vecinos, aunque los fines de semana y en vacaciones superamos con holgura el medio centenar», explica Gorka, que lleva allí 20 años y se dedica a organizar actos deportivos en los municipios de alrededor. La convivencia, dice, es buena. «Vives puerta con puerta y al contrario que en la ciudad, donde a menudo reduces el contacto a miradas esquivas y haces una lectura equívoca de la cultura del vecino, aquí eso no pasa. Si no buscas el roce, no interactúas, pero entonces te pierdes muchas cosas. Claro que hay problemas, los normales entre vecinos».

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