Le precede una larga fama en la Audiencia Nacional. Una figura esculpida voluntariosamente en los libros de historia del tribunal central, protagonista de broncos juicios contra sanguinarios terroristas y otros asuntos de enjundia. Las formas del magistrado Alfonso Guevara (Salamanca, 1956) forman parte del paisaje ... ordinario del órgano judicial desde hace 20 años.
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El mal genio y el carácter iracundo del presidente de la Sección Tercera de lo Penal es de sobra conocido entre los abogados. Incluso los más noveles ya están advertidos de lo que puede deparar una vista dirigida por el «ilustrísimo» juez, como en una ocasión exigió a un locuaz letrado que se dirigiera a él.
Alfonso Guevara, uno de los juristas más respetados por sus sentencias en el edificio de la calle García Gutiérrez número uno, presidió la semana pasada un juicio por narcotráfico. Uno de los asuntos más recurrentes en la agenda semanal de la Audiencia pero que menos expectación levanta. En el banquillo se sentaron una treintena de acusados por integrar una red organizada de tráfico de marihuana a gran escala, integrada por ciudadanos españoles y chinos. Uno de los fenómenos al alza en el panorama criminal español.
Los procesados, que se enfrentaban a penas de hasta siete años de cárcel, asistieron entre episodios de risa nerviosa y cuerpos descompuestos por el temor a un nuevo día de furia de Alfonso Guevara. Ello pese a que se las deseaban felices al comienzo de la sesión.
«Un momentín. Me da lo mismo quedarme solo. Estoy hablando yo, suficiente para que haya silencio absoluto. Primero porque es una falta de respeto a la Justicia y segundo, a mí. A mí ya me da lo mismo...Siempre digo que esto no es un mercado. Aquí hay que venir preparado. Todos. Por lo tanto, calladitos», recriminó en un momento dado a los letrados para aplacar el murmullo creciente.
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El jaleo lo provocó un acuerdo previo de conformidad que las defensas habían alcanzado con la Fiscalía Antidroga para rebajar las penas por varios ilícitos: delito contra la salud pública, pertenencia a grupo criminal, defraudación del fluido eléctrico, tenencia ilícita de armas o de moneda falsa. Un trato que Guevara decía desconocer.
«Vamos a ver, que todos ustedes no me van enseñar a celebrar un juicio. Llevo 36 años haciéndolo y dice la ley que la conformidad debe ser de todos y plena. Y en cuanto haya un acusado que no conforme hay que celebrar juicio e interrogar a los que no estén de acuerdo», replicó Guevara a las protestas de los abogados.
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«Que esto no es un zoco, que aquí mando yo señor letrado.. ¡que mando yo! Se están olvidando que el tribunal es el tribunal y todavía me quedan años. Otros pasarán, pero yo no. Si fueran buenos letrados, que presumo que lo son, saben que (el acuerdo) se puede arreglar...y ya he dicho mucho», trató de aleccionar el magistrado, hundido en su sillón y con la mano elevada.
La tensión se elevaba varios puntos cada vez que este llamaba a declarar a los encausados para ratificar el acuerdo. Aunque leyendo las penas primarias contenidas en el escrito provisional de acusación que le había remitido la Fiscalía. Para muestra este episodio con el procesado Carlos C.
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-Guevara: «No interrumpan, la Sala es totalmente independiente. Carlos C., adelante. Viene acusado por un delito contra la salud pública, cuatro años de cárcel, y otro de pertenencia a organización criminal, dos años. ¿Se considera culpable?»
-Acusado: «No le puedo contestar ahora mismo», señaló Carlos mirando inquieto a su abogada con gesto de incomprensión.
-Guevara: «Que si se declara culpable de delito, sí o no.. ¡no puede mirar a nadie!»
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-Abogada: «Señoría, es que estos no eran los años de pena que le había trasladado a mi cliente»
-Guevara: «Señora letrado, no tiene la palabra, cada uno tiene que saber cuál es su papel»
-Abogada, tras un breve silencio y mirando a su cliente: «¡Pues di que sí, di que sí!»
Minutos más tarde compareció una de las dos mujeres procesadas, incrédula ante la autoridad del presidente del tribunal y algo desubicada . Era Rosario V.
-Guevara: «Rosario V., ¿cómo se declara?»
-Acusada. «Me declaro culpable...¿de qué delitos?»
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-Guevara: «Contra la salud pública y grupo criminal. ¡Mire aquí (al tribunal)!»
-Acusada, tambaleándose: «Es que no sé qué decir»
-Guevara: «Si se declara culpable de las penas»
-Acusada: «¡Sí!»
De esta particular manera, entre tensión, protestas, murmullo, reprimenda, risa nerviosa y golpes de autoridad, transcurrió otro día en la oficina del «ilustrísimo» magistrado de la Audiencia Nacional. El juicio quedó visto para sentencia en poco más de una hora.
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