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Leticia Álvarez
Gijón
Martes, 5 de marzo 2024, 08:26
«Volvería a Cogollo. Jamás hubiera bajado a Oviedo o Piedras Blancas». O a Gijón o a Avilés, donde su vida, dice, descarriló. Donde la noche le atrapó convirtiéndole en un descerebrado alejado de su círculo social, su familia y el entorno en el que ... se había criado, podría decirse, entre algodones. Nunca, explica, necesitó hacer nada de lo que hizo. No fue por dinero. «Tenía de todo ni siquiera era por el consumo; era por traficar con hachís, cocaína, con lo que fuera. Le bastaba con ir de aquí para allá… Se sentía impune». Lo explica el abogado de José Emilio Suárez Trashorras. Desde el módulo nueve del centro penitenciario de Asturias, donde cumple condena, habla con él de su salud, de su vida en la cárcel, sobre su pasado y su futuro, cuando están a punto de cumplirse veinte años del brutal atentado en Madrid que costó la vida a 192 personas y dejó heridas a casi 2.000.
El Comercio ha tenido acceso a esa conversación después de desvelar en exclusiva que el avilesino ha solicitado acogerse a la ley de eutanasia como protesta «porque no me dan ningún tratamiento médico ni psiquiátrico y no me dejan acceder a mis médicos privados o mis psicólogos». Consciente de que esta solicitud no es solo un trámite más de los muchos que inicia en la cárcel para solicitar permisos y otros beneficios penitenciarios y que requiere de una constatación de sufrimiento insoportable, Suárez Trashorras le explica a Marco Suárez, su letrado, que «después de veinte años en la cárcel, de no recibir ningún tratamiento, estar en aislamiento durante años y de numerosos traslados… todo se hace ya tan insoportable que el sufrimiento y el estrés que me acarrea están repercutiendo en mi salud física así que prefiero la eutanasia».
Es el último trámite iniciado por este asturiano, el español con la pena carcelaria más elevada de la historia tras ser condenado como cooperador necesario de los atentados del 11-M a 34.175 años, de los que al menos deberá cumplir cuarenta. Pero no es el único mensaje que envía desde la prisión.
En esa charla recuerda a las víctimas del atentado y asegura que «estoy a su entera disposición, les pido perdón por todo lo que he hecho, pero también les pido que me juzguen con perspectiva porque no soy el mismo hombre hoy que el chaval que era con 27 años».
Y le añade: «Lo siento mucho; es una mochila que me pesa mucho… Es más, me gustaría reunirme con todos y cada uno de ellos para pedirles perdón y explicárselo todo a todos y cada uno de ellos». 'Todo' es aquel momento de febrero de 2004, hace veinte años, cuando viajó a Mina Conchita y sustrajo los explosivos que después vendería a unos marroquís a los que conoció por mediación de varios amigos que habían estado presos en la cárcel de Villabona.
Asegura que «en una introspección que llevo realizando a lo largo de todo este tiempo sé que ahora no hubiera bajado desde Cogollo a Avilés, no me hubiera relacionado con la misma gente, no me hubiera involucrado ni hubiera tenido nada que ver con las drogas porque yo no lo necesitaba para nada... Y, desde luego, no habría tenido nada que ver con el tema de las armas y de los explosivos».
Cogollo es la localidad de Las Regueras en la que la familia de Trashorras tiene una finca y otras propiedades, es el recuerdo idílico al que Emilio recurre una y otra vez cuando quiere recuperar la paz. «Allí me crié, allí iba como tantos críos, de viernes a lunes con mis padres y mis abuelos. También en las vacaciones; luego, me quedé allí a vivir con mis abuelos y desde allí bajaba a estudiar y trabajar hasta que con 17 años empecé a salir de noche. Fue meterme en el mundo de la noche, de la cocaína y tal y ahí vino mi ruina. Fue ahí, ni más ni menos».
A partir de esas noches de desenfreno, Emilio Suárez Trashorras cambia por completo su comportamiento: «No me 'metía' (consumo de drogas) mucho, nadie me vio borracho jamás porque no bebo ni fumo tabaco. Me metía mis rayas para desinhibirme, pero me sentaba mal; la cabeza no estaba en su sitio… No estaba en su sitio».
Llegó así una espiral de violencia, nuevas amistades, mucho dinero fácil y una estrecha relación con el policía de la comisaría de Avilés Manuel García, conocido como 'Manolón', que le hicieron sentirse superior, «intocable». «Es que era todo a tope, pero luego te vas dando cuenta. La noche, los clubes, la 'coca', la gente que piensas que son tus amigos, pero no lo son; las mujeres, que piensas que son tus amigas de verdad, pero no lo son y están ahí por lo que interesa, y ese es el problema... Vas alejándote de tu círculo y ya no hay manera. A última hora no veía más allá que la noche y el tráfico de drogas. El viajar a Algeciras, bajar a Madrid, ir de aquí para allá y que nunca pasara nada».
Manga ancha. Coches, motos, un quad… Apunto estuvo de cerrar la compra de un Ferrari. La droga aportó al exminero cantidades obscenas de dinero: «Podía gastar 6.000 euros en quince días», pero mientras su papel en el narcotráfico seguía su cauce paralelamente vio la posibilidad de vender explosivos.
Conseguir la dinamita, como quedó constatado en la sentencia del 11-M, no era difícil para una persona que había trabajado durante años en la mina. Trashorras comenzó a idear la manera de sumar al de las drogas ese negocio. Y lo hizo. Todo comenzó en el módulo 8 de Villabona en 2001. Varios condenados por la operación 'Pipol', una investigación policial que se saldó con veinte detenidos y la incautación de hachís, así como explosivos y detonadores en una cochera de Avilés, coincidieron en prisión con los autores de un robo en la joyería Luna de Oro de Parque Principado. Entre todos idearon la manera de seguir dando golpes de ese calibre: joyas y quizás algún furgón de Prosegur. «Nosotros, todos, seguíamos pensando que era para ese tipo de cosas; yo nunca me paré a analizar que pudiera ser para otra cosa».
Pero la venta más importante sí fue para otra cosa. Suárez Trashorras vendió a Jamal Ahmidan, 'El Chino', doscientos kilos de explosivos, y estos fueron empleados para cometer los atentados del 11-M. Hoy no niega su implicación en los hechos aunque hace matizaciones: «Facilité el suministro de los explosivos, pero yo no era el máximo responsable de todo eso ni mucho menos, yo no tenía el acceso en exclusiva a ellos». La sentencia lo pone: varios mineros en connivencia con Trashorras lo recogían en el monte. Pero nadie sabe quiénes son esas personas ni nadie lo ha investigado. «Yo los facilité, yo cobré el dinero por ellos, pero no soy el responsable último».
Hoy, veinte años después del atentado, el avilesino, Otman El Gnaoui y Jamal Zougam son los únicos tres condenados por la masacre que continúan en prisión. Trashorras y El Gnaoui como colaboradores necesarios; Zougam, como uno de los terroristas que colocó una o varias de las mochilas en los trenes.
Cuando se acerca el aniversario, Trashorras apaga la televisión y prefiere escuchar música en la radio. Apenas concilia, dice, el sueño, pese a que intenta volver una y otra vez al campo, al hórreo, a sus caballos y vacas en Cogollo.
Los recuerdos y las imágenes del brutal atentado son demasiado terribles: «Quiero que se exprese que lo siento mucho. Por las víctimas y por sus familias. Por esa chica que murió tras años en estado vegetativo. He pensado mucho en ella y sigo pensando cada día. Es de las cosas que peor llevo. También el tema de las dos chicas que abortaron. En primera instancia me condenaron también por dos abortos aunque luego me retiraron esa condena pero igualmente son dos abortos y yo no soy padre, pero tengo sobrinos y ahijados y eso me pesa mucho… Mucho».
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