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Ni 24 horas ha durado la tregua entre Pedro Sánchez y Pablo Casado por la crisis con Marruecos. El presidente acusó al jefe de la oposición de utilizar la avalancha de inmigrantes en Ceuta para «intentar derribar» al Gobierno. El líder del PP respondió ... que los hechos en la ciudad norteafricana son fruto del «caos» gubernamental. En la Moncloa no entendían a cuento de qué venía la agresividad de Casado y los populares tampoco se explicaban la aspereza del presidente.
El debate de este miércoles en la sesión de control al Gobierno en el Congreso da una buena idea del estado de las relaciones entre el Ejecutivo y la oposición. Ni un asunto de Estado es capaz de superar la mutua inquina. Casado abrió el baile y acompañó las buenas palabras de «mano tendida» y «déjese ayudar» con andanadas sobre «el caos» del Gobierno, la «debilidad» de su política exterior ante «la crónica de una crisis anunciada» y las habituales referencias a las malas compañías de sus socios. Para rematar con un concluyente «el Gobierno le queda grande».
Sánchez ignoró las ofertas y se quedó con la artillería. Empezó con una pregunta: «No me ha quedado claro, ¿Usted apoya al Gobierno de España o no? Aclárelo». Para seguir con un reproche: «Utiliza cualquier calamidad, antes la pandemia y ahora la crisis con Marruecos, para intentar derribar al Gobierno, pero no lo va a lograr». Y remató con una acusación: «Usted es desleal, no con el Gobierno, es desleal con los intereses de España».
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El líder del PP lamentó que elpresidente del Gobierno estuviera «absolutamente desaforado» y sordo ante sus propuestas. Elproblema, contestó Sánchez, es que «la derecha no acepta que gobierna la izquierda porque ha ganado las elecciones».
Más amable fue el duelo con la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, que defendió la necesidad de «estar juntos como país» para contestar con «unidad» a la hostilidad marroquí y dejar claro que «a España no se la chantajea». Comentario que el presidente del Gobierno agradeció, pero sin utilizar el tono deferente con el que distinguía al partido naranja. Este miércoles englobó a los liberales en «la bancada de la derecha», a la que reclamó que haga «oposición de Estado».
El Gobierno, a pesar de que Ceuta empieza a recuperar su pulso habitual una vez que Marruecos ha cerrado los pasos fronterizos, ve todavía lejos el final de la crisis. En el capítulo de orden público, la Moncloa cree que está encarrilado. Las fuerzas de seguridad han devuelto a 5.600 de las más de 8.000 personas que entraron en la ciudad entre el lunes y martes. Pero en el orden político el diagnóstico es sombrío. Sánchez insistió en el debate del Congreso, como ya hizo en su declaración institucional de la víspera, en que se trata de «un desafío» de Marruecos, un calificativo crudo e impropio del lenguaje diplomático porque culpa sin ambages a Rabat de provocar el conflicto.
También resaltó que no se limita a «una crisis migratoria», es más grave dado que afecta a la seguridad nacional, a la integridad territorial y pone en peligro las delicadas relaciones con un país vital para la política exterior de España. No se puede olvidar, afirman fuentes gubernamentales, que Marruecos es una pieza fundamental para España en la lucha contra el terrorismo yihadista, en el control de los flujos migratorios, en el combate al narcotráfico, y, además, es uno de los principales socios comerciales.
Por todas estas razones, reina la preocupación en la Moncloa y en Asuntos Exteriores por el silencio del Gobierno de Rabat. Hay gestiones diplomáticas «discretas», señalan en el ministerio de Arancha González Laya. Pero no se ha producido una declaración oficial que muestre una voluntad de reconducir la situación. El único que ha hablado ha sido el ministro de Derechos Humanos y sus palabras no fueron tranquilizadoras. «España sabía que el precio por subestimar a Marruecos es muy alto», escribió Mustafá Ramid en Facebook. Se refería a la atención médica en un hospital de Logroño al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, una decisión, según el ministro, «irresponsable y totalmente inaceptable».
Ni el primer ministro, Saadeddine Othmani, ni el ministro de Exteriores, Nasser Bourita, han hecho comentario alguno. Y es que la crisis de Ceuta casi no existe en Marruecos. Los principales medios de comunicación ignoran los hechos y los que abordan el tema lo hacen de pasada.
Ese mutismo y la llamada a consultas de la embajadora en Madrid, Karima Benyaich, tras las visitas de Pedro Sánchez a Ceuta y Melilla no son un buen síntoma para la normalización de las relaciones. La diplomática viajó este miércoles a Rabat y en el Gobierno confían en que «regrese cuanto antes». Sería, añaden, una señal positiva.
Entre las escasas buenas noticias que ha recibido el Gobierno, apuntan también en la Moncloa, está la contundente respuesta de la Comisión Europea a Marruecos y el respaldo sin fisuras a España.
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