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Sábado, 25 de septiembre 2021, 12:22
El presidente de la Generalitat viajó a Waterloo a reunirse con Carles Puigdemont nada más ser investido y lo hizo este sábado en el Alguer, para arropar al expresidente, al que concedió casi todos los honores. Hasta el punto de tener que hacer un viaje ... de más de doce horas en ferry para reunirse con quien se paseó por la ciudad italiana como un héroe para los independentistas presentes en un congreso sobre folclore catalán. «Ya estoy acostumbrado a ser perseguido por España», dijo en las calles de la localidad sarda en la que se habla catalán. «Pero al final siempre es lo mismo: soy libre», señaló. «Continuaré luchando», advirtió. Puigdemont se dio un baño de masas y se presentó como el presidente en el exilio y el presidente del Consejo para la República.
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, inició su mandato, en el mes de mayo de este año, advirtiendo de que no aceptaría tutelas de ningún tipo. El aviso iba para Carles Puigdemont, que se proponía dirigir el Govern desde Waterloo. Durante los primeros pasos del Ejecutivo catalán, ERC logró, con la mesa de diálogo y su alianza con el PSOE, aislar al expresidente. La apuesta por el diálogo de los republicanos buscaba, entre otras cuestiones, consolidar a Aragonès, que ERC ocupara el lugar que históricamente había desempeñado Convergència y de paso ir arrinconando a Puigdemont. La detención del expresidente en el aeropuerto de Cerdeña y su inmediata puesta en libertad le han vuelto a situar en el centro del tablero.
Aragonès no puede aceptar su tutela, pero desde su arrestó sí ha admitido su liderazgo en el movimiento secesionista. El president escenificó este sábado, como hizo el viernes en su comparecencia desde la galería gótica del Palau de la Generalitat, todo el reconocimiento hacia el expresidente. Es el precio a pagar para tratar de salvar su presidencia y su estrategia. Esquerra tiene ahora que elegir si le conviene seguir apostando por la mano tendida al Gobierno y al PSOE o si estrecha lazos con Junts para reforzar el Ejecutivo. De momento, los republicanos han optado por intentar hacer equilibrios a dos bandas. Aragonès viajó a Cerdeña para agasajar a Puigdemont y cuidar a sus socios en el Govern, mientras Junqueras, como líder del partido, ha asumido la tarea desde el inicio de esta crisis de defender el diálogo con el Gobierno. Hay que trabajar de forma «franca y clara» en la mesa de diálogo, dijo el presidente de ERC.
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Aragonès, en su comparecencia desde el Alguer, junto a Puigneró tras reunirse con Puigdemont en la oficina de la Generalitat en la localidad sarda, volvió a evitar el apoyo explícito a la mesa para no molestar a sus socios y no quiso detallar si el arresto influirá en las conversaciones, si bien dijo que hay que «transitar un camino» para buscar una «solución política» y encauzar el conflicto, que pase por la amnistía y la autodeterminación, las reivindicaciones que defiende en el diálogo con el Ejecutivo. «Hemos venido a dar apoyo al president Puigdemont», afirmó. Y a «denunciar que la represión continúa», dijo. El presidente de la Generalitat se felicitó por la puesta en libertad del exmandatario.
Puigdemont, poco después, en una rueda de prensa junto a su abogado y ya sin Aragonès, desdeñó la mesa. «Una cosa es el diálogo y otra las negociaciones, no veo esto segundo», dijo. Afirmó además que el Gobierno solo quiere hablar con quien le da apoyo parlamentario e insistió en que Junts no se siente representada en es foro. El líder de Junts cargó con todo contra el Gobierno, al que acusó de «coordinar» su detención y advirtió de que seguirá viajando por Europa. El 4 de octubre, además, confirmó que comparecerá ante el juez de Cerdeña.
Viaje. Aragonès realiza un largo viaje en ferry para reunirse con Puigdemont y darle todo su apoyo
Junts. Los postconvergentes acusan al Gobierno de estar detrás de la detención de Puigdemont
La preocupación se ha instalado en el entorno de Aragonès. Horas después de la detención de Puigdemont, los más estrechos colaboradores del presidente de la Generalitat no podían disimular su enojo. No tanto por lo que pudiera pasar al expresidente, que también, sino porque eran conscientes de que al arresto complicaba la relación entre ERC y Junts y ponía en riesgo su apuesta por el diálogo y la distensión. Aragonès dio un golpe de autoridad excluyendo a Junts de la mesa de diálogo y ahora ha tenido que retroceder, ante el empuje de los postconvergentes, que presionan a ERC para que abandone la vía pragmática y regrese a la confrontación y a la unilateralidad, como hasta 2017. Junts acusa al Gobierno de estar detrás de la detención, aboga por dinamitar la mesa de diálogo y aprietan a sus socios para que no apoyen al PSOE en el Congreso. La inmediata puesta del expresidente, no obstante, ha minimizado la crisis. Nada que ver, por supuesto, al escenario convulso que se hubiera abierto con su extradición.
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