O yo o el fin del mundo
Sánchez transmuta la operación para mantenerse en el poder en una disyuntiva binaria y radical entre una España habitable y otra cavernaria
Olatz Barriuso
Miércoles, 15 de noviembre 2023, 14:30
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Olatz Barriuso
Miércoles, 15 de noviembre 2023, 14:30
En alguna ocasión ha citado Pedro Sánchez la célebre viñeta de Ramón en la portada del semanario humorístico 'Hermano lobo' en la que un gobernante proponía al pueblo: 'o nosotros o el caos'. Cuando los gobernados respondían 'el caos, el caos', el líder replicaba: 'da ... igual, también somos nosotros'. Quizás por eso, el presidente 'in pectore' ha ido hoy más lejos que nunca a la hora de presentarse como la única opción viable para garantizar la prosperidad del país. Enfrente del proyecto que él representa ha situado no ya el caos o el desgobierno, no ya la mala gestión o la impericia, no la parálisis o el retroceso, sino directamente el averno. El fin del mundo. Una sociedad oscurantista y casi medieval donde las mujeres serían devueltas «a la cocina», las personas LGTBI «al armario» y los migrantes «a campos de refugiados».
En definitiva, ha reducido el candidato del PSOE la gobernabilidad de España, la gestión de un país plural y complejo en el que las dos grandes fuerzas del bipartidismo tradicional obtuvieron el 23-J un nada desdeñable 65% de los votos, a una disyuntiva radical y estrictamente binaria entre «la derecha retrógrada» y el «progreso». Entre la discordia y la convivencia, entre la crispación y el entendimiento, entre el reencuentro y la venganza. Sin pararse a considerar que a los 179 escaños que le respaldarán mañana hay que sumar otros 171 que son igualmente representativos de la soberanía popular y que ha decidido deliberadamente ignorar. Ya explicó Andoni Ortuzar la víspera que la democracia es tener un voto más para que los acuerdos puedan publicarse en el BOE y no el sistema de contrapesos entre poderes del Estado que nos enseñaron que era.
Incluso, cuando tras más de hora y veinte de discurso, ha citado por fin Sánchez la amnistía a los líderes y adláteres del 'procés' que ha fracturado el país y ha encrespado las calles como no se recordaba desde hace lustros, lo ha hecho no para explicar sus efectos y sus lagunas, no para aplacar la preocupación y la alarma que ha generado en el estamento judicial o en dirigentes históricos de su partido. Tampoco para aclarar por qué lo que era manifiestamente inconstitucional es ahora completamente «acorde» con la Carta Magna, según ha dicho. Lo ha hecho, 'sensu contrario', para insistir en que, también en esto, sólo cabían dos caminos: o el «perdón» para garantizar la «paz social» o la «imposición» que ha atribuido al PP. Si no se amnistiaba a Puigdemont, ha venido a decir, las calles de Cataluña volverían a incendiarse como en 2017.
La tosquedad del trampantojo político, la obviedad de la hipérbole que reduce la compleja sociedad española a blanco o negro, a sanchismo o pp-voxismo, no oculta la maniobra que hoy ha ensayado el presidente. Consciente plenamente, como al menos ha reconocido, del trauma, del violentamiento emocional incluso, que la impunidad para los líderes del 'procés' supone para muchos españoles, Sánchez ha optado no ya por intentar si quiera recoser esa fractura, no por intentar curar la herida. Ha preferido obviar conscientemente la razón última de la amnistía, una maniobra para mantenerse en el poder, y alimentar en cambio el bibloquismo extremo que impide cualquier entendimiento en el espacio de la centralidad con la que se identifica una gran mayoría de ciudadanos. Lo más preocupante es que ese discurso divisivo, esa apelación desacomplejada a las dos Españas, perpetúa para años cualquier posible consenso transversal en beneficio, éste sí, de la verdadera concordia entre españoles.
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