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Apenas llevaba un año en el ministerio de Economía cuando Nadia Calviño vio su oportunidad de abandonar el Gobierno. Con la designación de Christine Lagarde como próxima presidente del Banco Central Europeo en julio de 2019, la dirección del Fondo Monetario Internacional quedaba vacante ... . La ex alta funcionaria de la Comisión Europea mostró sus cartas a Pedro Sánchez. Quería postularse. «He hablado con el presidente y él apoyaría esa posibilidad», dijo entonces. Sin embargo, en agosto tuvo que retirarse de la carrera ante la evidencia de que tenía pocas opciones de ganarla.
Unos pocos meses después volvió a intentar su salida. «El rumor en Bruselas era que el puesto de alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad sería para ella, y no para Josep Borrell», dicen en el Parlamento Europeo. Por «ambición personal», Calviño querría ir más lejos de la esfera técnica, pero no cuenta aún con el pleno apoyo político. «El ministerio es una etapa intermedia en su vida», aseguran quienes la conocen.
Mientras llega el momento de proseguir con su carrera internacional, esta gallega cuya adolescencia transcurrió en Madrid y que ha hecho el Camino de Santiago belga «por etapas», exhibe su autoridad y resistencia. La pandemia casi la pilla en Arabia Saudí. No contrajo el virus, aunque estuvo a la cabeza de la manifestación del 8-M, al lado de Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, que luego dio positivo. «Si en una isla desierta hay un grupo y sólo va a sobrevivir uno, sería ella», comentan las mismas fuentes. Al fin y al cabo fue capaz de escalar en la selva de Bruselas hasta una de los puestos más 'top' de la Unión Europea. Con un salario de más de 200.000 euros al año como directora general de Presupuestos, vivió casi dos décadas en la capital Belga, antes de aceptar el ministerio de Hacienda que le ofreció Pedro Sánchez tras la moción de censura.
Calviño contaba con el currículo más sólido de la clase. Uno que además mandaba señales de tranquilidad al siempre temeroso mercado. «Su perfil es el de un técnico que ha seguido la visión neoliberal de gobernanza que se impone en Bruselas», dice una ex eurodiputada española. «Contención del déficit, hombres de negro, troika. No es la más socialista del gobierno socialista». En el corazón de Europa desde 2006, Calviño «se ganó su cargo a pulso, a pesar de su juventud», reconoce esta fuente. Esta semana, sus antiguos colegas han favorecido a España con miles de millones de ayudas económicas para paliar la pandemia. Hay, sin embargo, condiciones. Unas que la propia Calviño hubiera añadido hace tres años. «Estos días trabaja intensamente, día y noche», dice uno de los suyos. «Exprime el día en el ministerio. No hay rutina. Duerme, sí, pero es un no parar».
Antes de regresar a España, a Calviño se le podía ver haciendo la compra en los supermercados de la capital belga porque, además del trabajo, su vida gira sobre el eje familiar. Madre de cuatro hijos, está casada con Ignacio Manrique de Lara, dedicado a la consultoría privada, a quien conoció en las aulas de la Facultad de Economía de la Complutense. Graduado un curso después, él le ha dado un «constante impulso» con «paciencia», le agradeció ella con la voz quebrada al asumir la cartera ministerial.
Los que conocen a esta mujer nacida en 1968, que ganaba sus primeros dineros haciendo traducciones antes de sacar las oposiciones de «técnico comercial economista del Estado», la definen como «inteligente», «cercana», «educada». Una «persona maja» que puede invitar a café a un recién llegado al laberinto político europeo.
En los pasillos no hay memorables anécdotas que la involucren, y sólo se le mienta un pecado: para adquirir un chalé de 300 metros cuadrados en Madrid registró una sociedad instrumental en el año 2000, una fórmula usada habitualmente para evadir impuestos. Calviño se desvinculó de la empresa cuatro años después, cuando comenzaba a subir en el organigrama con el impulso de Pedro Solbes, amigo de su padre José María, ex director de RTVE en época de Felipe González. Ya en el cargo, y con otras cabezas del Gabinete rodando por cuestiones similares, ella publicó sus bienes. No tiene deudas. Tampoco tiene carné del partido.
Siendo la de menor estatura en la fotografía de La Moncloa, Nadia Calviño tiene un peso de gigante en el Ejecutivo, donde se ha convertido en el contrapeso oficial de Podemos. Ella misma define su tono de mando como «profesional, respetuoso, dialogante, prudente»; su política es «responsable, coherente, moderada»; y su equipo es «un puñado de valientes». «Es cordial y muy educada», dicen ellos.
De palabras precisas, tras el pacto PSOE-Podemos-Bildu para derogar ya la reforma laboral del PP, defendido con énfasis por Pablo Iglesias, aseguró que le parecía «absurdo y contraproducente» abrir ese debate y sepultó en unas horas el pacto. Prístina, no esconde sus antipatías y nunca se hecho eco en redes sociales de las frases de Iglesias o de Irene Montero, pero sí de otros ministros. De hecho, ahora se asegura que mantiene un duro enfrentamiento interno con Podemos sobre las medidas fiscales precisas para la reconstrucción del país tras la pandemia.
«Ella no entra en rumores ni elucubraciones», corta un allegado. Y no rehuye la fricción interna del Gobierno. «Esa confrontación es un juego de niños para ella», dice una fuente que la conoce desde sus primeros días como jefa de las cuentas europeas. «Ha estado en situaciones de negociación muy duras, muchas madrugadas, en las que ella ha decidido cuestiones muy importantes para Europa». Por ejemplo, los términos del 'Brexit' o el reparto del presupuesto de los 28 países. Siempre ha sorteado los vetos.
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