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«Tiene una pinta de presidente del Gobierno que no puede con ella», se sonreía ayer fuera del relumbrón del congreso de Sevilla un 'casadista' rendido a los encantos políticos de Alberto Núñez Feijóo tras escuchar su discurso inaugural como nuevo presidente del PP, 46 ... jornadas después de la tenebrosa noche de febrero que asomó el partido al abismo arrastrado por el pulso venenoso de Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso.
Llegó el día al fin, precipitado por un cisma inimaginable, en el que el aún mandatario de la Xunta se ha hecho con las riendas de los suyos no ya para zurcir sus descosidos y su desánimo, sino para devolverlos al poder. Ha sido la suya una entronización sin euforia, a la gallega. Pero tan fulgurante como para que los populares hayan pasado de la autodestrucción a reconstruirse camino de la Moncloa con expectativas más airosas, según lo visto en la capital andaluza, que las que ellos mismos albergaban con Casado.
El 'casadismo' ha quedado arrumbado en el cónclave del «reseteo» y la «unidad» como un paréntesis olvidable ya entre el 'aznarismo', el 'marianismo y el recién estrenado 'albertismo'. En ausencia de Aznar por covid, la retranca de Rajoy se ha reivindicado a sí misma ante un Feijóo cuya música ideológica y táctica sintoniza mejor con la de su paisano que con la del expresidente que erigió al PP en el partido de las añoradas mayorías tras refundarlo, también en Sevilla, hace ya tres décadas.
XX congreso del PP
María Eugenia Alonso
El nuevo líder del PP ha hecho suyo el retador título del último libro de Rajoy –'Política para adultos'– al deplorar el «entretenimiento infantil» en que se ha trasformado su oficio y advertir a sus rivales, todos más jóvenes, de que «un tío de 60 tacos» como él «no está para bromas». Pero el 'marianismo' que impregna el talante y el equipo que va configurando el dirigente orensano no es mimético al 'albertismo'. Feijóo no atesora el gen de la ironía de su predecesor, tampoco sabe lo que es perder –ha encadenado cuatro mayorías absolutas en su tierra– y ayer lució el traje de presidenciable sin apenas permitirse una arruga. A sabiendas de que más allá de la unidad que va a tener que forjar tras la exhibición sevillana, el colágeno que levanta ahora las expectativas de los suyos es que Pedro Sánchez «lo va a pasar mal» con él enfrente aunque no esté en el Congreso.
«La ilusión razonada», lo definía una compromisaria, que deslizaba la chanza que circula en estas horas de alivio entre los populares ante el calculado hermetismo de su nuevo líder: «Si Alberto no te ha metido en la ejecutiva, es que vas para el Gobierno». El dibujo definitivo que trace de su equipo, los rostros que asigne a las responsabilidades de cabecera por encima de los forzosos equilibrios territoriales y el peso que le otorgue a la Oficina del Presidente determinarán si Feijóo se lo cree tanto como para rodearse de una suerte de 'Gobierno en la sombra' a la espera de su duelo en las urnas con Sánchez... y con Vox.
El presidente del PP apenas concretó su hoja de ruta al margen de presentarse como un pactista –aunque él nunca ha necesitado negociar en Galicia–, un hombre de Estado y un gestor «serio y predecible». Pero su intención sí es nítida: hacerse fuerte en la centralidad identificada con las cuitas de una ciudadanía extenuada para expandir su 'realpolitik' a derecha y a izquierda, hacia los descontentos con el «partido sanchista». No lo tendrá nada fácil: el 'aznarismo' y el 'marianismo' sobrevivieron a sus crisis sin un competidor nacido de sus entrañas y sus «amplias mayorías» no pugnaban en un escenario tan incierto y fragmentado. Pero ayer, vísperas de Semana Santa, era el día de la resurrección. Y enarbolando un PP «sin carnés» en aparencia más heterodoxo que el de sus antecesores, Feijóo se ve capaz de ganarse al «pueblo de pueblos» –España– como a Regino el de Comisiones Obreras, su «amigo comunista».
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