Traje oscuro a la usanza de siempre, chaleco de lana y guiño a la coquetería con una corbata rosácea, Ramón Tamames regresó, rumboso, al salón de plenos del Congreso 25 años después de la última vez. Todo lo rumboso, al menos, que puede permitirse alguien ... que va camino de los 90 años, con una vida intensa tras de sí y problemas de movilidad que le han llevado a colgar su mano del hombro de un ujier al adentrarse en el templo del parlamentarismo –muy venido a menos de atender a la calidad retórica del debate de hoy-, pero con la cabeza aún en ebullición para afrontar su gran día. Su gran día inesperado y sobrevenido, 70 años después de pisar la cárcel por comunista y de haber sido tantas cosas… y tan distintas. Pero los -presuntamente- suyos y su teórico opositor, el presidente Sánchez, se han encargado de aguarle la fiesta de saque relegando a un candidato que dos horas y media después de comenzada la sesión no había podido abrir la boca. Ya dejó escrito el marxismo, el mismo que acabó alejando a Tamames del PCE, que la historia se repite primero como tragedia y después como farsa. Y esta primaveral mañana ha tenido mucho de eso, de farsa, en el Congreso de los Diputados.
Farsa porque los dos protagonistas –Sánchez y Abascal- de un pleno interminable en tanto que baldío sobre su resultado final han certificado que, más allá de las afectuosas palabras hacia Tamames, su candidatura era una pura luz de gas para librar un pulso al que no estaba, finalmente, invitado; en el que él ha acabado siendo el convidado de piedra, titubeante en su caminar y tembloroso en el discurso leído desde el escaño del líder de Vox y filtrado hace días. El edadismo hacia el exdirigente del PCE, por más que él haya podido recaer en el mal de la arrogancia intelectual que amigos y enemigos le atribuyen, ya lo había anticipado Abascal a primera hora, cuando constató que su partido «coincide con el profesor Tamames en lo importante: que este Gobierno debe marcharse cuanto antes». Su valedor se colocaba así la venda antes de la herida de las notorias discrepancias evidenciadas por el candidato «independiente», cuya soberanía de criterio incordia si va dirigida contra el partido que le ha propuesto,
Justo en el párrafo anterior, Abascal había acusado a Sánchez de «burlarse» de «los mayores» con «fotos trucadas» jugando con ellos a la petanca. Tamames no le ha aplaudido en su escaño prestado. El presidente ha despejado incómodas dudas y le ha concedido la deferencia institucional de replicar al candidato. Lo ha hecho encabezándola con una reconvención –«No creo que esta haya sido la mejor idea que ha tenido en su vida»-; prosiguiendo con que se haya prestado a «blanquear» a los herederos de Blas Piñar, el ultra por antonomasia de la Transición-; y empleando las pautas del discurso del profesor para intentar deconstruir a Vox con una réplica sin fin –casi 90 minutos- en la que Sánchez ha aparecido apabullando al candidato en el escaño y haciendo dormitar a su 'mentor', el escritor Fernando Sánchez Dragó, en los asientos de invitados. Antes, y para cuando Tamames había podido al fin tomar la palabra, la ministra y secretaria general de Podemos, Ione Belarra, había dejado de escucharle para cargar en los pasillos de la Cámara baja… contra sus socios del PSOE.
Volvamos a la farsa. Con el aspirante a desalojar a Sánchez convertido en actor secundario, Sánchez y Abascal han mantenido un combate en el que han menudeado las acusaciones graves y los adjetivos hirientes –el líder de Vox ha expandido sus epítetos del jefe del Gobierno al Ministerio de Igualdad comandado por un grupo de «frívolas, corruptoras, negligentes y totalitarias»-, pero la exacerbación del pulso tenía, en realidad, otro objetivo. El intercambio de golpes ha sido, sofisticando el aire cañí que hoy planeaba sobre el Congreso, como el MacGuffin en las películas de Hitchcock. Una distracción, la excusa, para la pretensión de fondo: reorientar la diana de la censura contra el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. «Voten la moción hoy y entendámonos mañana», le ha tentado, malicioso, Abascal. «Esos que se van a abstener son tan responsables como ustedes del daño que esta moción delirante le hace a la democracia», ha cargado Sánchez. Golpes al aire contra un fantasma. Contra un Feijóo inhibiéndose a la francesa –a la gallega- como si la farsa no fuera con él, aunque iba. «Estarán ustedes cansados», ha retranqueado Tamames antes de reprochar al presidente «el tocho» que le estaba dirigiendo desde la tribuna y robarle los planos, a él y a Abascal, con una rápida réplica en la que se ha choteado de lo mucho que se habla en la Cámara para no decir nada. Aplausos entre los periodistas cuando el candidato ha proclamado que, por él, ya está todo dicho. Pero todavía le quedaba la bronca de alguien insospechado: la vicepresidenta Yolanda Díaz, quien, lejos de apartarle de la escena, ha hecho tándem con Sánchez para abanderar la acción del Gobierno, ministerio a ministerio, y ha abroncado inesperadamente al candidato en vez de arremeter contra Abascal. De comunista de carné a excomunista, en un particular ajuste de cuentas que ha sonado al estreno de Díaz como candidata de Sumar a la Moncloa. "Sintetice", le ha aconsejado Tamames, que ha acabado pasando de ninguneado a ninguneador.
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