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Pío García
Valencia
Sábado, 2 de octubre 2021, 11:54
La musiquilla del PP, ese tachán tachán obsesivo, ya no suena casi nunca. Han retocado el himno y lo han hecho un poco más metalero, pero los organizadores de la convención han preferido bucear entre los éxitos de las últimas décadas y han encontrado dos ... canciones con mensaje. Cuando entró Pablo Casado en el Auditorio, a eso de las diez y media, pusieron a todo trapo 'Believer', de Imagine Dragons, y luego, cuando Teodoro Garcia Egea subió al estrado, metieron al máximo volumen 'The final countdown', de Europe.
Lo malo de esta nueva musicalidad del PP no es la previsible depresión que les va a entrar a Juan Pardo o a Julio Iglesias, tristemente arrinconados en el desván de los mitos olvidados, sino la suposición de que todos los asistentes a la convención tienen al menos un B2 de inglés y saben que 'believer' hace referencia al eslogan oficial del evento ('creemos') y que la auténtica 'final countdown' es la que la que le aguarda al gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez. Para colmo, la europarlamentaria Dolors Montserrat se vino arriba y proclamó a los cuatro vientos que el PP «is back». Los espectadores respiraron aliviados cuando comprobaron que el resto de su intervención era en castellano. Luego Dolors gritó «vaya subidón» y pareció definitivamente poseída por el espíritu de los cuarenta principales.
No obstante, apostarlo todo al rock en inglés tiene el inconveniente, como sabe cualquier discjockey, de que la música anglosajona está llena de grupos cuyos principales artistas se llevan a matar. En este PP rockero se está incubando una rivalidad, la de Casado y Ayuso, que ya veremos si no acaban como los hermanos Gallagher. Aunque la presidenta madrileña llegó a Valencia para decirle a Pablo que ella a muerte con él, Isabel, que entró en el Auditorio como si desfilara por la alfombra roja de Venecia, se llevó atronadoras ovaciones, quizá demasiado sonoras. Fue recibida con gritos de 'presidenta, presidenta'. Lo es, desde luego, pero ninguno de sus colegas que llegaron antes (ni Mañueco ni Fejóo ni Juanma Moreno) fueron aclamados de igual manera. Su entrada en el Palau coincidió, además, con un momento de bajonazo.
Mientras Ayuso caminaba por el patio rodeada por una apretada nube de fotógrafos, en el interior hablaba el exsecretario general de la OTAN y exprimer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen. Estos invitados internacionales quedan muy bien para enseñar a las visitas, pero luego son un aburrimiento y no les hace nadie caso. Rasmussen habló de ejércitos y de alianza atlántica y fue despedido con aplausos educados y tibios, casi burocráticos. Nada que ver con las ovaciones que se llevaron Ayuso y Casado, aunque las de Ayuso sonaron irremediablemente más enfervorecidas y espontáneas. Alguien tendría que recordarle a Casado que 'Believer' es una canción que también habla de dolor, de sufrimiento y de penalidades.
La peregrinos del PP han llegado a Valencia después de completar una especie de Jacobeo al revés: empezaron en Santiago de Compostela el lunes y luego han pasado por Valladolid, Madrid, Córdoba y Cartagena. El domingo quieren ganarse el jubileo llenando la plaza de toros de Valencia y van por buen camino: hoy ha habido incluso demasiado público. Unas doscientas personas se han quedado sin poder entrar al auditorio, merodeando por el patio exterior del Palau y discutiendo infructuosamente con los encargados de seguridad. Cuando llegó Ayuso, varios militantes aprovecharon el aluvión de periodistas para invadir el recinto. Parecían niños saliendo en tromba al recreo.
Una señora bajita y decidida, que agarraba un bolsito de Bimba y Lola, fue placada, como en un partido de rugby, por dos miembros del equipo de seguridad. «Es que no caben más -decían-. Ya no pueden entrar más. Hay diputados regionales que se han quedado fuera». En un momento dado alguien se ha dado cuenta de que dentro faltaban seis presidentes provinciales y comenzó entonces una insólita búsqueda de presidentes provinciales del Partido Popular entre los desheredados del patio. «¡Aquí hay dos. Me faltan cuatro!», exclamaba con angustia un miembro de la organización.
Un grupito de simpatizantes del PP de Almería, que habían entrado ya, se habían registrado y habían ocupado sus asientos, cometieron el error de salir a respirar el aire cálido y húmedo de Valencia. Por más que enseñaron registros, códigos de barras y certificados, se quedaron en la explanada, rumiando su disgusto. Este cronista se acercó a ellos y les preguntó si podía hacerles una foto y algunas preguntas. Le miraron con suspicacia, le vieron la credencial y le respondieron: «Si es para poner mal al partido, no». Luego se giraron orgullosamente, como auténticos 'believers'.
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